La función pública tiene en República Dominicana un serio problema de reputación y de credibilidad, causado por una minoría corrupta e irresponsable que asume los cargos en el Estado como trampolín para su movilidad social y plan de retiro individual sobre la base del saqueo.
Esas células –que expanden sus efectos cancerígenos por todo el cuerpo de la burocracia estatal– son las responsables de licitaciones maleadas, los peajes en contratos, el nepotismo, las nominillas y el impulso de negocios privados que crecen como la verdolaga a la sombra del gobierno.
La gran mayoría de los servidores públicos no son iguales a esa camarilla que se forma en todas las gestiones gubernamentales con diversos nombres, algunos pintorescos, desde los incontrolables, el anillo palaciego, los comesolos y otras denominaciones propias de las bandas de hampones.
Es curioso y digno de estudio, pero los integrantes de estos grupos delictivos en el Estado no siempre vienen de las entrañas de los partidos políticos ni han cosechado relaciones con las bases, sino que son advenedizos. Las organizaciones políticas están llenas de gente buena, pero sin oportunidades.
Los “suertudos” que, a partir de relaciones primarias, entran al círculo con ventajas, juegan roles de testaferros y saben generar pagos en especie, sin obviar los favores sexuales, guardan secretos y sirven de escudos protectores a la más alta corrupción, siempre favorecidos por la impunidad.
Los colaboradores del Estado, dignos en su mayor parte, están sometidos a rigurosas reglas, procedimientos, auditorías, cumplimiento de metas, evaluaciones, concursos, capacitaciones, que hacen de su desempeño una odisea, un real sacrificio, a veces restando tiempo a su familia y a su propia relejación como parte de la salud.
Aunque entre ellos se cuelan “las botellas” –compromisos políticos contraídos por las camarillas delictivas– son verdaderos héroes que sirven al Estado con entrega, enfoque, persiguiendo resultados que no siempre prevalecen por los problemas de continuidad del Estado, porque cuando los gobiernos cambian, viene el barrido que se lleva de encuentro casi todo lo que se ha construido para comenzar de cero.
Este lamentable fenómeno hace que República Dominicana sea el país del permanente recomienzo, que cada cuatro años se “resetea” para partir de cero y en ese arranque, de paso, perdona a los corruptos, los acomoda, los justifica y hasta los integra. Es nuestra peor desgracia.
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