En «La necesidad del arte», texto introductorio del libro Nikolaus Harnoncourt. Diálogos sobre Mozart: reflexiones sobre la actualidad de la música, la editora Johanna Fürstauer medita sobre el presente y el porvenir del arte, así como sobre el lugar que ocupa en la propia condición humana. También aborda la responsabilidad de relacionarnos con sensatez y profundidad con las grandes obras maestras del pasado. Al referirce al legado artístico de Mozart –figura central del volumen publicado por la editorial Acantilado– y, por extensión, al de cualquier gran compositor, Fürstauer escribe con una autoridad casi enciclopédica: «Lo que hace ‘inmortales’ a esos compositores y sus obras tiene que experimentarse de nuevo en cada generación y también ha de reelaborarse».
Anoche, mientras asistía al concierto «Molina y sus amigos», con la impecable producción ejecutiva del Banco Popular y presentado en el majestuoso Teatro Nacional Eduardo Brito, no pude evitar evocar aquellas palabras –aún frescas en mi memoria, pues el libro acompaña mis lecturas recientes–. Molina es José Antonio, hijo de Papa, y en estos años escribe algunas de las páginas más luminosas de nuestra vida musical como director de la Orquesta Sinfónica Nacional.

Cuando en el programa irrumpieron las primeras notas de Ay mujer, el merengue inolvidable de Juan Luis Guerra, comprendí con claridad aquello a lo que alude Fürstauer: la necesidad de volver a experimentar y de reinventar lo «artísticamente acabado» para que siga dialogando con nuevas generaciones. Reelaborar es un término preciso cuando hablamos del repertorio de los grandes compositores clásicos, pero también lo es, y quizás de manera aún más vibrante, cuando se trata de la música popular.
Si la versión original del merengue Ay mujer, incluida en el LP Mientras más lo pienso… tú (1986), ya habita en ese umbral de lo «artísticamente acabado» por la delicadeza de su lírica y la solidez de su arquitectura musical, la lectura sinfónica que el maestro Molina logra con sus arreglos no podía ser menos: amplifica su belleza, la eleva y la reviste de nuevos matices. Y este es solo un ejemplo entre las mujeres joyas que conformaron el repertorio del concierto.

Hacer posible que la Orquesta Sinfónica Nacional se adentre en los territorios de la música popular –y en ello radica el valioso aporte del Banco Popular, cuya colaboración abre esta puerta– brinda al público una experiencia sonora verdaderamente singular. El concierto abrió con la obertura Yaya, compuesta por Molina a solicitud de su gran amiga Maridalia Hernández para su espectáculo «Amorosamente Maridalia».
Así comenzó a fluir la generosa hora y cuarto reservada para un viaje musical que abrazó grandes clásicos del merengue y, muy especialmente, del bolero y la canción romántica. Tras la obertura, llegaron Amorosa, de Salvador Sturla; Ella, de Luis Rivera; y Abril 21, una emotiva composición del propio director de la orquesta, que abrió el escenario al primer solista de la noche: el saxofonista dominicano Sandy Gabriel, uno de los amigos convocados para este encuentro musical.

Del célebre compositor Juan Lockward se eligió Dilema, uno de los arreglos más apreciados del maestro Molina, con el talentoso pianista, acordeonista, saxofonista y director Leo Pimentel desplegando toda su virtuosidad al bandoneón. Para capturar la belleza y complejidad de esta nueva versión, basta con citar al propio director de la Orquesta Sinfónica: «El rango de contrastes de texturas y la gran diversidad de estilos con que se abordó este arreglo oscilan desde sonoridades muy callejeras hasta tratamientos de técnicas composicionales muy sofisticadas».
El piano y el bandoneón, magistralmente ejecutados por Leo Pimentel, junto con el saxofón tenor a cargo de Sandy Gabriel, sirvieron de antesala para la llegada de dos luminarias del firmamento de la música latina: el saxofonista venezolano Ed Calle y el trompetista cubano Arturo Sandoval. A Calle se le reservó la interpretación de Tú me haces falta, la composición más emblemática de Armando Cabrera; y regresó al escenario para acompañar la ejecución de Y, clásico indiscutible de Mario de Jesús.

Según José Antonio Molina, el arreglo de Y, pose un tratamiento esencialmente sinfónico, desarrollado dentro de un marco clásico y tradicional. Lo que el público escuchó fue una canción completamente renovada, reinventada (una vez más, en línea con la reflexión de Fürstauer sobre la necesidad de reapropiare de lo «artísticamente acabado»). El repertorio ofreció al director la oportunidad de navegar por aguas cristalinas, explorando en su profundidades aquellas notas que iluminan y embellecen estas nuevas adaptaciones de melodías que ya forman parte del imaginario sonoro de varias generaciones.
Una de las creaciones más célebres de Papa Molina no podía faltar en este magno concierto. Evocación, con los delicados arreglos de José Antonio, se convirtió en la carta de presentación de la orquesta para recibir al extraordinario trompetista Arturo Sandoval. Fue un momento sublime, donde cada nota parecía flotar en el aire, conmoviéndonos los sentidos y despertando aquella nostalgia inevitable que nos recuerda que, en la música, todo tiempo pasado siempre parece tener un brillo especial. La interpretación, cargada de emoción y maestría, transformó la pieza en un puente entre generaciones, recordándonos la vigencia y la belleza perdurable de estas melodías que han marcado la historia de nuestra música.

En vísperas del Día Nacional del Merengue, la ocasión no podía ser mejor para cerrar con lo que hoy es primero. Llegó el momento de Maridalia Hernández, quien transmitió con naturalidad y entusiasmo la alegría de interpretar las canciones de su abuelo, Julio Alberto Hernández, en un popurrí de temas arreglados por Bienvenido Bustamante. Con la Orquesta Sinfónica desplegando todo su poderío y los solistas invitados sumándose al cierre, resonaron las notas del vibrante merengue Papá Bocó, de Manuel Sánchez Acosta y, para culminar la noche, Caña brava, de Toño Abreu, en el que el maestro fusiona el lenguaje de la Big Band con los matices de la sinfónica, enriquecido con los colores del merengue tradicional.
Como recordaba Johanna Fürstauer, «el arte no puede ser un lujo, más bien debería ser el elixir de vida de nuestra existencia». Así se vivió, en efecto, la inolvidable velada de anoche.





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