Situaciones económicas, socio-políticas y de guerras dominan el amplio espectro noticioso y de acontecimientos en el mundo. Sumado a los procesos electorales que se han llevado a cabo o que están próximo a celebrarse en diversos países del hemisferio, pero cuando ese nivel de debate político que se supone deber ser alto, baja en un país como Estados Unidos, qué esperar de los demás.
En el último debate entre los candidatos norteamericanos Donald Trump y Kamala Harris observamos de todo y lo único que permanece en la retina de los espectadores y de las redes sociales es que según Donald Trump, «los inmigrantes haitianos en Ohio se comen a los gatos y los perros». Ese es el preocupante discurso e intercambio de ideas políticas.
Si a esto añadimos que precisamente al candidato republicano y expresidente de ese país, recientemente y por segunda ocasión, sufrió un atento dentro de su propio campo de golf por un fanático residente en Hawaii que cargaba un fusil tipo SKS soviético y estaba escondido en una valla del club de golf de Trump en West Palm Beach, pues la contienda electoral no deja de sorprender a propios y extraños. Ryan W. Routh, el atacante que disparó varios tiros, huyó del lugar cuando un agente del Servicio Secreto abriera fuego contra él.
Ahora mismo se encuentra bajo custodia policial y el FBI se centra en esclarecer las motivaciones del tirador, así como descubrir cómo supo que Trump se encontraba jugando al golf en su club privado, algo que no estaba en su agenda pública y que ni siquiera el Servicio Secreto sabía con antelación.
En ese sentido, y haciendo hincapié en el «desliz» del Servicio Secreto y en palabras de su director Ronald L. Rowe, en este nuevo ataque contra Trump, el periódico The New York Times publicó el pasado martes el titular de que: «El Servicio Secreto admitió que no registró el perímetro del campo de golf, lo que genera interrogantes y pone nuevamente a este organismo bajo escrutinio nacional». Un segundo ataque en dos meses en un país tan dividido y con tantos hombres y mujeres con armas y no muy bien equilibrados mentalmente.
El candidato Trump, con asuntos judiciales pendientes, tampoco ayuda mucho a la labor de equilibrio en el discurso y debate político. Previo a este segundo ataque, publicó en su cuenta de X (Twitter) «odio a Taylor Swift», escrito en mayúsculas y usando ese término tan cuestionable, solo porque la conocida cantante norteamericana mostró su apoyo públicamente a Harris, luego de finalizar el pasado debate entre ellos dos.
Y luego, a raíz de este ataque publicó «nunca me rendiré», para sacar obviamente apoyo recaudatorio. Y como si esto no fuera suficiente, su «segunda voz» o títere, el dueño omnipresente de la citada red social, Elon Musk, escribió textualmente «y nadie quiere asesinar a Harris/Biden», en un desatino de manual, para luego borrar el comentario. ¡Luego, estos son los que a golpe de teclas escriben también de democracia!
Ente tanto avispero, la candidata demócrata Kamala Harris emitió un comunicado, en el que se hizo eco de su jefe, el presidente Joe Biden y se alegraba de que Trump estuviera sano y salvo. Y añadió: «La violencia no tiene cabida en Estados Unidos». Una frase muy bonita y que se ve muy bien escrita pero que contrasta con la realidad que se vive en ese país, y que se acentuó con la llegada del magnate a la presidencia, solo basta recordar el asalto al Capitolio propiciado por Trump para perpetuarse en el poder. Lo nunca visto por demás, y como he dicho, en una sociedad donde hay más armas que personas. Según el censo del 2022, hay 333 millones de residentes en Estados Unidos lo que da una idea de un ejército en cada ciudad.
Polarización y violencia.
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