07/08/2025
Arte & Cultura

Incredulidad y mucho dolor tras la sorpresiva muerte de José Rafael Lantigua

El martes amaneció de repente. La noticia de la inesperada y dolorosa muerte de José Rafael Lantigua –«murió el más sano de la familia», se le escuchó susurrar a alguien en la funeraria– sacudió el ambiente cuando el sol todavía no calentaba. La mañana fue avanzando, y con las horas, el tiempo parecía frizado: queríamos ver para creer, como el apóstol Tomás.

Pocos conocían de su enfermedad, apenas su círculo íntimo fuera de la familia. El periodista y escritor José Báez Guerrero, que lo conoció alrededor de 1984 en casa de sus suegros, en su columna de ayer en el periódico El Día, escribió que «hace días, al llamarlo por la ausencia de sus letras semanales en Diario Libre, me contó que tras su reciente viaje a Turquía regresó enfermo y estuvo internado bajo cuidados intensivos».

Eso sucedió en junio, y de acuerdo a versiones de amigos que estuvieron en la funeraria Blandino el martes, el exministro de Cultura se contagió con una bacteria, enfermó y contrario a recibir tratamiento en Turquía, donde se encontraba de vacaciones con su esposa Miguelina, deciden adelantar su regreso a República Dominicana. Ya en tierra patria, es ingresado en un centro hospitalario, mejoró, empeoró y, finalmente, murió.

En el 2018, Acroarte reconoció a Lantigua con el Premio al Mérito Periodístico. Le entregan, Euri Cabral, miembro de la institución y el poeta José Mármol.

Hasta ahí una breve crónica de sus últimos meses. Cayó como el soldado que muere con las botas puestas: en pie de lucha, viajando. A José Rafael le encantaba viajar. Cada vez que tenía oportunidad, preparaba maletas –junto a su inseparable Miguelina– y echaba a volar. Quizás eran esas millas de vuelo que le permitían enriquecer su verbo. No hay duda. A su regreso, narraba sus experiencias como un niño cuando recibe un juguete nuevo. Tanto le apasionaba contar sobre lo que veía, la gastronomía, las peripecias o lo que leía en esas tierras lejanas, como apasionante era escucharle en esas idas y venidas.

El velatorio de sus restos –inmortalizados por una obra admirable– iniciaron el martes a partir de las 5:00 de la tarde. La Blandino ya era un mar de gente que navegaba emocionalmente sin rumbo. El ataúd estaba cerrado. No hubo oportunidad para despedirlo. «Es mejor así», dijo uno de sus amigos de siempre, uno de esos escritores a quien probablemente le faltará tiempo para entender lo inexplicable.

La política, la cultura, amigos, familiares y gente de otros ámbitos pasaron a honrar su muerte en las horas primeras del velatorio, otros volvieron ayer miércoles y otros más decidieron recorrer el trayecto a la última morada, fijada en el Cementerio Puerta del Cielo. Una misa de cuerpo presente se ofició previo a su último adiós. Lantigua era un hombre creyente, un hombre de Dios que tenía en la Biblia –siempre lo reiteraba con entusiasmo– el libro de los libros. El dolor se agudizó entre los presentes durante un minuto de silencio antes de iniciar la misa.

José Rafael Lantigua, de 76 años de edad, murió en ejercicio como secretario de cultura de la Fuerza del Pueblo. Tras los pasos de Leonel Fernández, su gran amigo, el Líder, como le decía en conversaciones privadas, marchó en el 2019 a una nueva morada política. El expresidente de la República, que en los últimos años ha sufrido golpes emocionales contundentes con la muerte de compañeros y amigos, mostraba a su paso por la funeraria un rostro herido por las ráfagas de la aflicción.

«Murió el mejor ministro de Cultura de la historia dominicana», fue uno de los distintos calificativos que usó Fernández para honrar la memoria de su gran amigo. «Con el fallecimiento de nuestro amigo, el país pierde a una gran figura. Fue un maestro, un poeta, un buen historiador, crítico literario, activista cultural, exministro de Cultura, yo diría el mejor ministro de Cultura que hemos tenido en la historia de la República Dominicana». Merece la pena la reiteración.

Con el apoyo de Fernández, presidente de la República cuando la feria del libro es relanzada en el 1997 como Feria Internacional del Libro de Santo Domingo, en esos años el evento cultural más importante que se organizaba en el país, pudo hacer eso y mucho más. Y no todo porque recibió los recursos que requería para esos fines, también porque era un gran gerente.

Lantigua nació en Moca. Durante 20 años dirigió el suplemento Biblioteca, que se publicó por primera vez en 1983 en El Nuevo Diario, continuó en el vespertino Última Hora y finalmente se despidió en el Listín Diario. Fue presidente de la Comisión Permanente de la Feria del Libro de 1997 al 2000. El Premio Nacional de Ensayo, Centenario de Duarte (1977), Supremo de Plata Jaycee’s como Joven Sobresaliente de RD (1980), Premio Nacional de Periodismo (1989), Caonabo de Oro, Premio Pro Cultura, Ateneo Amantes de la Luz (2003), Premio Narciso González al Intelectual del Año y Premio Acroarte al Mérito Periodístico (2018) representan una muestra de algunos de los principales reconocimientos que recibió por su obra, su trayectoria y sus aportes al arte y la cultura dominicanas.

José Rafael Lantigua en la puesta de circulación de su nuevo poemario.

Publicó, entre otras obras, Domingo Moreno Jimenes, biografía de un poeta (1976), La conjura del tiempo. Memorias del hombre dominicano (1994), Duarte en el ideal (1985), El oficio de la palabra (1995), Islas en el sol: antología del cuento cubano y dominicano –conjuntamente con Francisco López Sacha– (1999), Venir con cuentos: muestrario del cuento dominicano (2012). En el 2015 publica los tres primeros tomos de Espacios y resonancias. Apuntes literarios, que cerró en siete volúmenes, recopilación de sus reseñas aparecidas en el suplemento «Biblioteca».

«Para mis hijos: José Rolando, Pablo José y María Miguelina. Un pequeño legado de este surtidor de lecturas», se lee en la dedicatoria de estos tomos. Porque para José Rafael, la familia lo era todo. «Te dejo» –decía para terminar una llamada telefónica– «que hoy es sábado y como cada sábado estamos invadidos por mis nietos y esta familia que es cada vez más numerosa», decía con una alegría de abuelo realizado, con vida plena.

Sus «Raciones de letras», que publicaba cada viernes en el Diario Libre, eran esperadas con impaciencia por sus fieles lectores. En ese espacio, tras su ausencia en varias semanas consecutivas, el 25 de julio nos enteramos por su director, Aníbal de Castro, de su enfermedad: «El ocupante habitual de esta página de los viernes, José Rafael Lantigua, guarda reposo mientras restablece su salud. Su regreso es promesa cierta para los muchos lectores que, semana tras semana, aguardan el gozo de sus letras esclarecedoras y el rigor de un pensamiento que no se conforma con la superficie».

Pero Aníbal, en su interés de llevar aliento y esperanza a los suyos y nosotros, falló en su pronóstico: su regreso es promesa cierta. A Miguelina Hernández, su esposa, a sus hijos José Rolando, Pablo José y María Miguelina le queda todo aquello que José Rafael Lantigua pudo darles a lo largo de toda su vida. Para los demás, en parte reciben un poco de ello y todo lo que sus obras y sus raciones de letras contienen: páginas apasionadas producto del puro y simple amor por los libros y la literatura.

Artículo escrito por Maximo Jimenez

Periodista, crítico de cine. Ex presidente de la Asociación de Cronistas de Arte (2011-2013), autor del libro «La gran Aventura de la bachata urbana» (2018).

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