Para escenificar un buen discurso o una presentación, la clave es el ensayo. Es tedioso hacerlo, pero es básico hasta para los mejores oradores. Incluso aquellos que parecen que no lo necesitan logran lucir tan naturales porque tienen muchas tablas hablando en público. Cada intervención suya ha estado precedida de cientos de intervenciones previas, vale decir, ensayos.
El ensayo, solo o con audiencia (mejor), frente al espejo o frente a una cámara de televisión (mucho mejor), nunca será demasiado, de suerte tal que mientras más ensaye el orador, más natural lucirá. Paradójicamente, mientras más ensaye, mejor improvisará ante un imprevisto, que siempre lo hay.
No se ensaya para aprenderse el texto de un discurso o de una presentación, aunque con mucho ensayo el orador terminará aprendiéndoselo “espontáneamente”. Se ensaya para apropiarse del contenido, para dominar las pausas, los énfasis, las inflexiones de la voz y los movimientos escénicos.
Hasta los mejores dedican horas y horas para entrenar. Por eso Steve Jobs era memorable en escena. No solo porque era “insanely great!”
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