La nueva apuesta escénica de Guillermo Cordero llega cargada de ambición teatral y hondura humana. El destacado productor y director artístico se prepara para estrenar en la sala Ravelo su adaptación de Habemus Papa, un proyecto que, más allá de su trasfondo religioso, se adentra en la universal lucha entre tradición y cambio. Inspirado en The Pope de Anthony McCarten, Cordero vio en esta historia un campo fértil para provocar conversación y revelar tensiones que cualquier institución, sea espiritual, política o social, reconoce en sus cimientos.
Con un elenco encabezado por Pepe Sierra y José Guillermo Cortines, la obra se sostiene en una estética que Cordero denomina «minimalismo elocuente», una estrategia que apuesta por la sugestión antes que la grandilocuencia. El reto mayor, afirma, fue convertir una conversación íntima entre dos líderes religiosos en un espectáculo teatral de alto voltaje emocional, potenciando cada matiz a través de la iluminación, la escenografía y una dirección que busca hacer del espectador un testigo directo del secreto mejor guardado del Vaticano.
Para Cordero, Habemus Papa es una obra que dialoga profundamente con nuestro tiempo: un momento de transiciones, fracturas institucionales y cuestionamientos sobre el liderazgo. Desde su visión artística y su rol como productor, subraya que el objetivo no es emitir juicios, sino abrir una ventana hacia el drama humano detrás de la sotana. Con esta puesta en escena, reafirma su convicción de que el teatro sigue siendo un poderoso espacio de reflexión, un lugar donde la historia y la intimidad pueden revelarse con una verdad que ninguna pantalla puede replicar.
¿Qué te motivó a llevar a escena esta historia inspirada en The Pope de Anthony McCarten?
Como productor, siempre busco historias con un peso universal que puedan resonar con el público dominicano. Habemus Papa no es solo un drama religioso; es una fascinante narrativa sobre el poder, la sucesión y la crisis institucional. Vi el potencial de un evento teatral que generara conversación, combinando un elenco estelar con un debate de ideas que, en el fondo, todos entendemos: la lucha entre la tradición y el cambio en cualquier organización.

¿Qué aspectos de esta conversación privada pudieran ser más desafiantes o atractivos para su puesta en escena?
El desafío principal fue cómo hacer que una conversación entre dos personajes en una habitación fuera un espectáculo teatral dinámico y atrapante. Lo atractivo era precisamente ese reto: convertir el diálogo puro en teatro de alto voltaje. Desde la producción, trabajamos para que la dirección, la escenografía y la iluminación potenciaran cada momento de tensión, haciendo que el público se sienta en el corazón de ese encuentro secreto.
José Emilio Bencosme realizó la adaptación del texto. ¿Cuáles desafíos has tenido que superar para llevar esta historia del libro y del cine al teatro dominicano?
El principal desafío fue la viabilidad artística y comercial. Adaptar una obra de escala teatral convertida en éxito cinematográfico requería una dramaturgia, potente, íntima y precisa. Apoyamos a José Emilio en ese proceso de destilación, asegurándonos de que la esencia del conflicto se mantuviera intacta para crear una experiencia intensa y accesible, que funcionara en el ecosistema teatral local.
¿Cuál fue la visión estética y conceptual que definió la dirección artística de esta producción?
Desde la producción y la dirección, definimos una visión de «minimalismo elocuente». La idea era crear una atmósfera que sugiriera el Vaticano sin los costos prohibitivos de una recreación literal. Invertimos en elementos digitales de alta calidad, una iluminación cuidada, un vestuario preciso que, en su conjunto, evocaran la grandeza y el hermetismo del poder papal, confiando en la inteligencia del público para completar el cuadro.

La sala Ravelo es un espacio íntimo. ¿Cómo influye esto en la forma en que diseñó la puesta en escena y el vínculo con el público?
La sala Ravelo fue una elección estratégica. Su intimidad es un activo que eleva la experiencia y hace la obra más poderosa. Desde la producción, vimos que este espacio permitía una conexión única, haciendo que cada espectador se sienta partícipe de la conversación. Esto no solo enriquece la obra, sino que crea un valor agregado para el público, ofreciendo una vivencia teatral que un escenario grande no podría proporcionar de la misma manera.
Pepe Sierra interpreta a Benedicto XVI y José Guillermo Cortines a Jorge Bergoglio. ¿Qué criterios consideró al seleccionarlos y cómo ha sido en los ensayos el proceso de construcción de estos personajes tan complejos?
El criterio fue claro: necesitábamos a los mejores actores para roles de una exigencia extrema. Pepe y José Guillermo no solo tienen el talento y la presencia, sino también la disciplina y la experiencia actoral para estos personajes con el respeto y la profundidad que merecen. Desde la producción, nuestro rol fue asegurar las condiciones y el tiempo de ensayo necesarios para que este proceso de construcción, guiado por mi dirección, pudiera darse con libertad y profundidad.
Además del dúo protagónico, participan Karina Larrauri, Elvira Taveras, Vic Gómez y Héctor Then. ¿Qué aportan estos personajes al desarrollo dramático de la obra?
Son esenciales para redondear el mundo de la obra y darle textura humana. Karina, Elvira, Vic y Héctor representan los distintos rostros de la Iglesia y la sociedad. Desde la producción, valoramos mucho el contar con un elenco de lujo que, incluso en roles de apoyo, aporta solidez y credibilidad al conjunto, enriqueciendo la trama y permitiendo que los protagonistas se reflejen en otros personajes.
La historia toca temas delicados como la fe, la política dentro de la Iglesia, el liderazgo y la renuncia papal. ¿Cómo abordó el equilibrio entre respeto, reflexión y dramatización teatral?
El equilibrio fue una de nuestras mayores preocupaciones. Nuestra premisa fue siempre el respeto por las personas y la institución. La obra no toma partido; presenta un conflicto humano e histórico. Trabajamos para que la adaptación y la dirección priorizaran la reflexión sobre el juicio, confiando en que la fuerza dramática natural de la historia era suficiente sin necesidad de sensacionalismos.

Desde el punto de vista del diseño visual, ¿qué elementos escenográficos y de ambientación consideró esenciales para recrear el Vaticano en un escenario con un espacio casi minimalista?
Priorizamos una escenografía inteligente y de impacto. Invertimos en piezas clave que actuaran como símbolos: una mesa de autoridad, una biblioteca que sugiriera el peso de la tradición, y una iluminación que creara espacios y estados de ánimo. Fue una decisión de producción el lograr máxima expresividad con recursos contenidos, demostrando que la potencia del teatro no está en la suntuosidad, sino en la sugerencia y la calidad de los elementos elegidos.
¿Qué espera que el público descubra o reflexione a partir del encuentro entre estos dos líderes religiosos tan distintos en pensamiento y estilo?
Espero que el público vea más allá de la sotana y descubra el drama humano universal: dos hombres con convicciones profundas enfrentados a una decisión imposible. Que reflexionen sobre el liderazgo en sus propias vidas, sobre cuándo ceder, cuándo mantenerse firme y el precio personal que conlleva guiar a otros. Es, en el fondo, una obra sobre la soledad del poder.
A nivel personal y profesional, ¿qué ha significado para usted producir una obra que aborda un momento decisivo en la historia reciente de la Iglesia Católica?
Ha sido un privilegio y un enorme reto. Profesionalmente, significa apostar por un teatro de ideas, por un proyecto que exige mucho del público y que, creemos, lo devuelve con creces. Personalmente, es un recordatorio del poder del teatro para iluminar rincones de la historia y la humanidad que de otra manera nos serían inaccesibles. Producir Habemus Papa es reafirmar mi fe en el teatro como una herramienta de conversación social.
¿Qué cree que hace a Habemus Papa una obra relevante en este momento, y qué la diferencia de las versiones previas de esta historia en otros formatos?
Su relevancia está en que habla de momentos de transición y crisis, algo muy familiar en nuestro tiempo. Lo que la diferencia y la hace única es su naturaleza teatral. El cine muestra, el teatro confronta. En la sala Ravelo, el espectador no es un observador pasivo, sino un testigo cercano de un momento histórico íntimo. Esa inmediatez, esa electricidad que solo existe entre el actor y el espectador en vivo, es lo que convierte a esta puesta en escena en una experiencia irrepetible y profundamente conmovedora.





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