Si alguien lo hubiera pronosticado hace una década, pocos lo habrían creído: el estilo deportivo, con todo y su aire desenfadado, se ha convertido en una de las grandes apuestas de la moda contemporánea. La imagen del hombre y de la mujer elegantemente trajeado ha cedido protagonismo a siluetas cómodas, textiles técnicos y una estética que antes pertenecía exclusivamente a las canchas, los estadios o el gimnasio.
Hoy, en plena primavera-verano 2025, la moda athleisure, fusión entre athletic y leisure, ya no es una categoría secundaria, sino una fuerza dominante. No hablamos solo de ropa para entrenar o estar en casa, sino de piezas que combinan funcionalidad, diseño y estatus, en una declaración de estilo que se siente tan libre como sofisticada.
Para entender este fenómeno, basta con mirar hacia los días de gloria del streetwear. Marcas como Supreme, Off-White o Palace encendieron una fiebre global con colaboraciones limitadas, drops esperados por semanas, y prendas que emulaban la cultura del skate, el hip-hop y, sobre todo, el deporte. Sudaderas oversized, sneakers de edición limitada y gorras con logos bien visibles comenzaron a ser vistas en los front rows, desplazando silenciosamente el protagonismo de la sastrería tradicional. Lo deportivo empezó a sentirse aspiracional.

Aquel movimiento marcó un antes y un después. Si bien el streetwear estaba más conectado a la calle, su ADN siempre estuvo vinculado a lo deportivo: desde las camisetas tipo jersey hasta las chaquetas tipo bomber, pasando por los pantalones jogger y los hoodies. La moda empezaba a hablar otro idioma.
Y cuando parecía que la tendencia podía perder fuerza, llegó la pandemia. En 2020, el mundo se detuvo, y con él, la forma en que nos vestíamos. La comodidad se convirtió en el nuevo lujo. El loungewear (ropa para estar en casa) se normalizó en la oficina remota, y las líneas entre lo deportivo y lo cotidiano se difuminaron por completo.
La verdadera consolidación llegó cuando las casas de moda de lujo decidieron sumarse. Balenciaga, Dior, Prada, Loewe y Gucci comenzaron a incorporar elementos deportivos en sus colecciones. Los pantalones de chándal pasaron de ser informales a convertirse en artículos de diseño. Las chaquetas tipo windbreaker llegaron en tejidos nobles, y los sneakers se transformaron en piezas de colección con precios de cinco cifras. Hoy, las pasarelas más importantes del mundo presentan una versión sofisticada del estilo deportivo: tank tops que recuerdan al baloncesto de los 90, gorras estructuradas, shorts de inspiración runner, sudaderas que juegan con proporciones escultóricas y polos tipo rugby en tonos neutros o pastel.
En primavera-verano 2025, el look estrella mezcla prendas técnicas con toques minimalistas. El objetivo es lograr un equilibrio entre lo relajado y lo editorial. Chaquetas ligeras, pantalones con cinturas elásticas y tejidos que regulan la temperatura corporal se combinan con accesorios de alto diseño y paletas de color suaves: azul niebla, beige claro, verde menta y detalles metálicos. También hay una fuerte presencia de la estética retro sport, con referencias a los uniformes de tenis, al motociclismo y al fútbol europeo de los años 80 y 90. No se trata de disfrazarse de atleta, sino de reinterpretar su esencia con una mirada contemporánea.
Todo apunta a que esta no es una tendencia pasajera. El estilo deportivo ha dejado de ser una “moda” para convertirse en una forma de vida. Se adapta a la rutina del consumidor contemporáneo: híbrido, en movimiento, sin horarios fijos y con una necesidad constante de sentirse cómodo sin sacrificar el estilo. Vestir deportivo hoy no solo es válido, es deseable. Es una forma de afirmar que se puede ser elegante sin rigidez, moderno sin esfuerzo, y audaz sin perder naturalidad. Y esa, quizás, sea la verdadera conquista de esta revolución silenciosa.
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