Los tentáculos de la política se extienden al infinito. En teoría, es una afirmación impugnable, pero en la práctica todo es y todos somos políticos. No existe la media tinta o el término medio, porque el resto caería en el terreno de la antipolítica. ¿Cómo acabar con la antipolítica? se preguntaba el reconocido novelista español Javier Cercas en un artículo publicado en el periódico argentino La Nación.
La pregunta no es ociosa, aplica para el caso dominicano, terreno fértil para las teorías conspirativas tanto de un lado como del otro, del campo oficialista al bando de la oposición. La tregua es una condición que desapareció del imaginario ciudadano y el país se hundió hace tiempo en las profundidades de un incesante bombardeo del batallón comandado por el liderazgo en pleno del sistema partidario.
El caso del Bono Navideño, para tomar de ejemplo el más reciente, generó una reacción desbordada que puso de manifiesto el arraigo de la falta de sentido común, de la incapacidad de debatir sobre argumentos convincentes, que permitan a la ciudadanía el discernimiento objetivo, más allá de sus preferencias partidarias. En unas horas, la tendencia se adueñó de la creatividad discursiva, el odio se reveló con la intensidad que prevalece en estos tiempos y el desgano cayó a un punto desconcertante.
¿Estamos en un estadio donde la antipolítica es lo que prevalece? El autor de Soldados de Salamina intenta de orientar a las masas y recuerda que «necesitamos políticos que no nos mientan ni nos engañen, cuya palabra tenga valor, políticos que acepten luchar con una mano atada a la espalda, que jueguen limpio, que respeten las reglas, respeten a sus adversarios y nos respeten». Sí, sobre todo esto último, por lo menos, que no nos irrespeten.
Los programas de ayuda, afianzados y regularizados en las administraciones del Partido de la Liberación Dominicana, continuados por el Partido Revolucionario Moderno –que continuarán per sécula seculorum– no pueden ejecutarse en un clima que afecte la dignidad de sus destinatarios. No es criticable, todo lo contrario, que el Gobierno, esté quien esté en Palacio, vaya en auxilio de estos segmentos de la población que en Navidad pueden contar con una contribución económica para su sustento.
Lamentable, pero la República Dominicana no puede prescindir de estas iniciativas que un día fueron Solidaridad y el otro Supérate, como tampoco los políticos, como se comprueba para esta temporada cada año, estarían dispuestos a erradicar la distribución de alimentos, cajas y demás, para tenderle la mano amiga a quienes más necesitan. Pero en el intento de salvar la dignidad de cada cual no puede ser vistiendo el traje de la antipolítica.
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