28/08/2025
Notas al Vuelo

El ruido que silencia la educación

¿Qué nos está pasando como generación?
La pregunta parece simple, pero lleva consigo un peso que nos atraviesa a todos. Estamos normalizando lo inaceptable, intoxicandonos poco a poco con la ausencia de valores, con el irrespeto como bandera y con una peligrosa falta de educación que ya no solo hiere al presente, sino que amenaza con devorar el futuro.

Basta con detenerse cinco minutos (o quizás menos) para mirar con detenimiento lo que consumimos, lo que celebramos y lo que dejamos pasar como si nada. Vivimos en una época donde el mínimo esfuerzo se romantiza, donde el discurso de “merecerlo todo sin trabajar por ello” se convirtió en un credo, y donde la irresponsabilidad hacia el otro se maquilla bajo frases vacías como “yo soy libre de decir lo que pienso” o “así soy, el que me quiere que me acepte”. Libertad no es licencia para herir, y autenticidad no significa desentenderse de la empatía.

Lo más alarmante es que este fenómeno no es exclusivo de unos pocos. Nos toca a todos, incluyéndome. Somos partícipes, consciente o inconscientemente, de un círculo que aplaude la violencia, la humillación y la banalidad. Nos hemos esposado al consumismo de un contenido que informa a medias, que educa poco y que entretiene sin mayor propósito. Lo peligroso es que, al aplaudirlo, lo perpetuamos. Y al perpetuarlo, lo volvemos norma.

La educación ya no se percibe como la herramienta que abre caminos, sino como un obstáculo innecesario. La coherencia ha sido reemplazada por la inmediatez, y la originalidad, por la copia rápida que asegure unos cuantos likes o aplausos digitales. Celebramos el ruido, ignoramos la sustancia. Y en medio de ese ruido, la ética se diluye.

Pero, ¿por qué hemos llegado hasta aquí? Tal vez porque es más fácil rendirse al entretenimiento vacío que detenerse a cuestionar. Tal vez porque preferimos evadir la incomodidad de pensar, reflexionar o exigirnos más. Tal vez porque el espectáculo de la negligencia resulta más “divertido” que el esfuerzo de la excelencia. Y aun así, deberíamos preguntarnos: ¿hasta dónde estamos dispuestos a llegar?

No escribo esto desde un pedestal moral. No es una crítica cínica ni un sermón de superioridad. Es un llamado urgente, una alarma que no deberíamos ignorar. Porque si no reaccionamos ahora, terminaremos siendo una generación que hipotecó sus valores a cambio de likes; que renunció a la educación por comodidad; que confundió irreverencia con grosería, y autenticidad con desinterés por el otro.

La reflexión que propongo es simple, aunque incómoda: ¿qué estamos cultivando? ¿Qué estamos dejando como herencia? Porque si lo que premiamos hoy es la violencia, el irrespeto y la mediocridad, no nos sorprendamos cuando el mañana nos devuelva un mundo más vacío, más frágil y más hostil.

Quizás sea momento de rescatar lo esencial: educación, coherencia, respeto y empatía. Suena básico, pero es ahí donde radica lo que nos está faltando. Y si no lo hacemos ahora, mañana será demasiado tarde.

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