14/12/2025
Crónicas de Poder

El Informe Rockefeller y la sospecha permanente sobre la Teología de la Liberación

Hay documentos que no envejecen. No porque sean joyas intelectuales, sino porque revelan la mentalidad de una época y las intenciones de un poder que se creía dueño del destino de otros pueblos. El llamado Informe Rockefeller es uno de ellos. No es un texto religioso, ni un tratado académico.

Es un informe político elaborado en 1969 por el gobernador de Nueva York, Nelson A. Rockefeller, tras recorrer gran parte de América Latina como enviado especial del presidente Richard Nixon. Pero su peso histórico recae en algo más profundo: en la percepción de Washington de que la Iglesia latinoamericana comenzaba a despertar… y eso era peligroso.

Los años sesenta fueron un terremoto espiritual y social. La Revolución Cubana remeció el continente, las dictaduras militares crecían como hongos, la pobreza explotaba en todos los rincones y la Iglesia Católica vivía el impulso renovador del Concilio Vaticano II. En ese contexto, los obispos de América Latina, reunidos en Medellín en 1968, declararon la «opción preferencial por los pobres». Para muchos gobiernos conservadores —y para Estados Unidos— aquello no era solo espiritualidad: era subversión.

Rockefeller lo advirtió con claridad. En su informe describió la creciente participación del clero en movimientos campesinos, sindicatos, organizaciones barriales y comunidades de base. Señaló que una parte de la Iglesia estaba desarrollando un discurso crítico contra el capitalismo dependiente y la desigualdad estructural. Aquello, para él, era el inicio de un «catolicismo radical» que amenazaba la estabilidad política y económica del hemisferio. Lo que años después sería conocido como Teología de la Liberación, ya estaba germinando… y siendo observado con sospecha desde Washington.

Es revelador que el informe —sin mencionar explícitamente el término, que surgiría en 1971 con la obra de Gustavo Gutiérrez— ya identificara esta corriente como un problema de seguridad. Para Rockefeller, los sacerdotes comprometidos con los pobres no eran profetas de justicia, sino potenciales agitadores políticos. Su recomendación fue clara: fortalecer a los sectores más conservadores de la Iglesia, apoyar la expansión de denominaciones protestantes y contrarrestar la influencia de las comunidades de base. En otras palabras: neutralizar el cristianismo que caminaba con los oprimidos.

El presidente Ford junto al Chief of Staff de la Casa Blanca, Donald Rumsfeld (izquierda) y su asistente, Richard Cheney, en abril 28 del 1975 – justo cuando la Comisión Rockefeller estaba llevando la investigación. (Foto cortesía de la Biblioteca Gerald R. Ford).

Ese enfoque marcó décadas enteras de la política estadounidense hacia la región. La Teología de la Liberación fue tratada como un enemigo ideológico. Sacerdotes, religiosas y líderes comunitarios fueron perseguidos, asesinados o estigmatizados durante las dictaduras militares. La opción por los pobres se convirtió en un riesgo, y acompañar a un campesino era visto como un acto revolucionario. Muchos pagaron con su vida por creer que el Evangelio tenía consecuencias históricas, no solo espirituales.

Hoy, más de medio siglo después, el Informe Rockefeller se lee como un espejo incómodo. Demuestra que la lucha por la justicia social —cuando nace dentro de la fe— siempre molestará a quienes se benefician del orden existente. También revela la pretensión de Estados Unidos de controlar la narrativa religiosa en América Latina, temiendo que una Iglesia consciente pudiera fortalecer movimientos de liberación nacional o denunciar la dependencia económica.

Sin embargo, la historia hizo lo suyo. La Teología de la Liberación no desapareció; evolucionó. Se convirtió en un símbolo de dignidad, en la voz de comunidades silenciadas y en una propuesta ética que sigue cuestionando la indiferencia mundial ante la pobreza. Incluso ha encontrado un espacio renovado bajo el pontificado del Papa Francisco, quien recuerda permanentemente que una Iglesia sin los pobres no es la Iglesia de Cristo.

El Informe Rockefeller no es una reliquia muerta. Es una advertencia viva de cómo el poder geopolítico siempre tratará de domesticar cualquier movimiento espiritual que empodere a los oprimidos. Por eso vale la pena recordarlo: para no repetir la historia y para entender que la fe auténtica —la que toca la tierra y transforma la vida— seguirá siendo vista como una amenaza por quienes prefieren el silencio al compromiso.

En última instancia, la pregunta sigue abierta: ¿a quién teme más el poder, a los revolucionarios armados o a los creyentes que deciden ponerse del lado de los pobres? Ese es el debate que el Informe Rockefeller dejó encendido hace 55 años… y que aún hoy continúa ardiendo.

Comentarios