Los gobiernos, en todos los lugares y en cada época, tienen sus equipos de confianza, el anillo, la élite que sirve de base para las ejecuciones y se trata de personas seleccionadas por el rey, el emperador, el presidente o cual sea la figura que represente la jefatura del Estado o nación.
Por más avanzada que llegue a ser la democracia, los ministerios y los puestos sensibles, claves para materializar la estrategia del gobierno, estarán siempre en manos de aliados, compañeros o correligionarios de quien dirige los destinos del país.
Ese equipo, en el caso específico de la República Dominicana, puede ser más o menos de 100 personas que por lógica tienen que rotar al compás de un cambio de partido político en la conducción de la administración pública.
Pero de ahí a desmantelar la totalidad de la burocracia del Estado cada cuatro u ocho años para garantizar un sueldo a la militancia partidaria, la cosa es distinta y constituye el indicador más elocuente del rezago institucional y la eternización del clientelismo que lleva a cambiar los rostros en el poder, el color de la bandera, pero no la cultura política del atraso.
Es cosmético y un pase de paño con pasta cualquier cambio que mantenga vigente el sentido de la piñata, las designaciones de funcionarios como dación en pago, el reparto de plazas de trabajo en el Estado considerando que lo más relevante de los perfiles es la militancia partidaria.
Aquí tenemos instituciones que, literalmente, no han podido arrancar porque hicieron un chapeo bajito que se llevó de encuentro las estructuras técnicas, tiraron por las cañerías inversiones en formación (dentro y fuera del país) hechas por el propio Estado y lanzaron por la ventana el “know how” de gente formada para administrar procesos complejos y que, posiblemente, ni siquiera hace vida partidaria.
Este ciclo es reiterado. Ocurre desde hace décadas en cada cambio de gobierno con un impacto altamente negativo, porque rompe la continuidad del Estado e impulsa un recomienzo, desandar pasos que tienen un costo muy alto para todos los contribuyentes.
El gobierno que se concentre en reducir el tamaño del Estado, asignar funciones sobre la base del mérito, bajo evaluaciones rigurosas, y paralelamente desarrollar políticas públicas que creen más empleos en el sector privado que en el público, se casará con la gloria. Ese será el cambio.
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