«¡Seremos gobierno en el 2028!». Esta frase resuena en el ambiente político dominicano con una fuerza particular. Más allá de ser una simple declaración de intenciones, encierra una verdad fundamental sobre la dinámica electoral del país: el poder de la narrativa emocional. El candidato, el colectivo o el bloque de oposición que logre conectar con la franja de la población que no se siente representada por los logros, tangibles o intangibles, del «bloque de los modernos» será quien suba las escalinatas del Palacio Nacional el 16 de agosto de 2028. Los estrategas de campaña saben que, en la República Dominicana, el voto es impulsado más por la emoción que por la razón.
El exvicepresidente de la República, Rafael Alburquerque, ha declarado que «las puertas de la Fuerza del Pueblo están abiertas para todo aquel que la toque», una invitación directa a los desencantados del Partido de la Liberación Dominicana (PLD). Este movimiento, junto a la propuesta de alianza de José Francisco Peña Guaba para unificar a la oposición, podría considerarse prematuro.
Sin embargo, en un escenario de confrontación entre el PLD y Fuerza del Pueblo, las alianzas se convierten en la única vía para enfrentar a una maquinaria gubernamental cada vez más consolidada. La «Guardia Pretoriana» del danilismo, que ostenta la mayoría dentro del PLD, ya ha manifestado su disgusto por la campaña de juramentaciones que ha estado llevando a cabo Leonel Fernández con antiguos miembros del partido morado.

Por otro lado, el Gobierno enfrenta sus propios desafíos. Se comenta en círculos empresariales que Luis Abinader ha comenzado a perder el apoyo de una poderosa base empresarial que fue clave para su ascenso en 2020. La razón, según se dice, es la percepción de que Abinader está construyendo un mega poder que atenta contra los intereses de los grandes grupos económicos. En este contexto, ha surgido la idea de que la cúpula empresarial no apoyará a candidatos vinculados directamente a grupos económicos. Esto marca un interesante punto de inflexión.
Perfil de los líderes de la transición democrática
Analizar el perfil de los presidentes dominicanos desde la transición democrática ofrece una perspectiva histórica sobre cómo han llegado al poder. Ninguno de los presidentes de la transición democrática ascendió al poder siendo un empresario, todos eran profesionales vinculados íntimamente a los partidos tradicionales de la época: el Reformista Social Cristiano (PRSC), el Revolucionario Dominicano (PRD) y el de la Liberación Dominicana (PLD).
Joaquín Balaguer, abogado, escritor, historiador y diplomático. Balaguer fue un político de carrera que ocupó múltiples cargos antes de convertirse en presidente, incluyendo el de vicepresidente. Su perfil no era el de un empresario, sino el de un intelectual y un estratega político.
Antonio Guzmán Fernández, agricultor y empresario agropecuario, pero con una carrera política consolidada en el PRD. Aunque tenía intereses empresariales, su ascenso al poder se debió a su militancia política y no a un grupo económico.

Jacobo Majluta Azar, contador público, economista y político. su carrera se desarrolló en la administración pública y en la política, ocupando cargos como vicepresidente y presidente del Senado.
Salvador Jorge Blanco, abogado y escritor, fue una figura destacada dentro del PRD y del ámbito jurídico, sin vínculos directos con el sector empresarial.
Leonel Fernández, abogado y politólogo. Su carrera se forjó dentro del PLD, ascendiendo desde posiciones de liderazgo juvenil hasta convertirse en presidente. Su perfil es el de un intelectual y un político de carrera.
Hipólito Mejía, ingeniero agrónomo. A pesar de su profesión, su carrera se desarrolló en el servicio público y en la política, especialmente en el sector agropecuario.
Danilo Medina, químico. Es un político de carrera que dedicó su vida al PLD, escalando posiciones desde la base hasta la presidencia de la República.
Los perfiles de estos líderes muestran una clara tendencia: el camino a la presidencia en la República Dominicana ha sido, históricamente, a través de la política profesional y no a través de las grandes corporaciones empresariales. La idea de que «la vieja cúpula empresarial no apoyará candidatos vinculados a grupos empresariales o económicos» resuena con esta tradición. Si bien la política y los negocios siempre han estado entrelazados, la figura del presidente de la transición democrática ha sido la de un profesional de la política, no la de un magnate.
En este contexto, la emoción se presenta como el motor que mueve al electorado, una fuerza que puede superar las estructuras partidarias y las maquinarias de poder. El 2028 se perfila como una batalla en la que la narrativa, más que los logros o los fracasos, determinará quién será el próximo líder de la nación. La pregunta que queda en el aire es: ¿quién será el estratega que logre conectar con esa fibra emocional del votante y capitalizar el descontento o la esperanza de la gente?
Comentarios