Ir por las calles, en vehículo o caminando, es exponerse al fatídico impacto de quien transita por las vías mientras maneja de manera temeraria. No importa si es en Santo Domingo, Santiago, La Romana o Dajabón. Un lugar en cualquier punto cardinal, en República Dominicana, se ha convertido en territorio de alto riesgo para el transeúnte, el conductor, el ciudadano. El accidente de tránsito es una epidemia silenciosa. Así la calificó en una carta pública al presidente Luis Abinader, Diego Arbaje, un dominicano que anhela un país más seguro para todos.
«Lo más triste de todo esto no es que haya sido mi mala suerte vivir estas tragedias», se lamenta Arbaje, «lo realmente devastador es que miles de familias sufren lo mismo cada año… aunque no haya malicia intencionada en estos actos, el resultado es el mismo: vidas truncadas, sueños apagados, familias destrozadas». Ha vivido en carne propia la muerte de amigos y familiares, como probablemente le ha sucedido al promedio de la ciudadanía. La carta de referencia brota un dolor que se aprecian línea por línea: República Dominicana no puede seguir siendo un país donde nuestras carreteras son trampas mortales.
La carta movió las fibras de la rabia ciudadana. «Ojalá pueda ayudar a traer más soluciones», escribió alguien igualmente sensibilizado por esta terrible situación. Las iniciativas que vienen al recuerdo me remontan al 2019, cuando se inició el proyecto de emprendurismo social denominado TraumaRD Visión2020. La misma tuvo el apoyo de más de doce organizaciones del país y extranjeras, que incluían al doctor Richard Carmona, cirujano de trauma.
Operativos, resoluciones, leyes, reparación de autopistas con brigadas en labores durante años, y las cifras se acumulan en señal de alarma: 20 mil accidentes por año, que aproximadamente causan 3,000 mil muertes, un saldo de heridos, personas que resultan lesionadas con incapacidades temporales, amputaciones, padres y madres que pierden a sus hijos… y la lista se hace infinita, hasta la muerte.
Diego Arbaje puntualiza que esos números nos colocan entre los primeros lugares en América Latina en fatalidades viales, «una vergonzosa estadística que debería ser inaceptable para cualquier sociedad que valore la vida de sus ciudadano». Pensar en nosotros, en los otros, es el ejercicio que imponen las circunstancias en que pudiéramos manejar a la defensiva. Ceder el paso es un gesto imperceptible en las calles de esta jungla donde el león ya no es el rey, sino quien va conduciendo una motocicleta, una pasola, un autobús, un camión.
Perder un familiar por la imprudencia, la mala educación, la agresividad vial, produce un dolor indescriptible, como lo experimentó el propio Diego Arbaje, que vio morir a su padre en el 2018, como consecuencia de un accidente provocado por un camionero, esos dueños de la calle que van tocando bocina sin compasión. Tu familia, como la mía y como la de Diego necesitamos ver cambios contundentes para enfrentar de una vez por todas esta pandemia silenciosa.
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