Nos han enseñado a correr, a ir tras lo que sigue, a no detenernos, a buscar “el próximo nivel”. Pero, ¿qué pasa si un día decidimos bajarle el ritmo a esa carrera invisible y simplemente estar?
La vida no es una competencia de velocidad, ni un listado de logros a tachar como quien compra en el súper. Es más bien una montaña rusa de momentos: de alegrías que suben el corazón al cielo, y de bajones que nos enseñan cosas que en la cima jamás podríamos ver.
Aprender a disfrutar las altas es fácil. ¿A quién no le gusta el éxito, el aplauso, el brillo?, pero lo verdaderamente valioso y transformador es aprender a abrazar las bajas. Esas etapas en que no todo fluye, en que la motivación se esconde, y en que uno siente que todo cuesta el doble. Porque ahí, en ese silencio incómodo, también estás creciendo.
Nos cuesta aceptar los días grises. Preferimos maquillarlos, editarlos o disimularlos. Pero la vida real no se vive en highlight reels, sino en ese proceso íntimo y lento de reconstruirse sin prisa. A veces la tristeza no necesita una solución, sino un espacio. Un “tranqui, quédate aquí un rato” sin juicio. Porque hay caídas que no se superan corriendo, sino quedándote quieto hasta que puedas volver a caminar.
Las redes sociales y el ritmo moderno nos venden la idea de que hay que estar “siempre bien”. Pero la plenitud real no viene de la euforia constante, sino de una conexión más honesta con cada etapa del camino. A veces se trata de caminar lento, de hacer una pausa, de llorar sin pena, y luego, con la calma de quien se entiende mejor, volver a avanzar.
Y no, no es rendirse, al contrario. Es un acto profundo de valentía decir “hoy no puedo con todo, pero sigo aquí”. Es un acto de coraje respetar tu ritmo, aunque el mundo te grite que vayas más rápido.
Honrar tus tiempos, aceptar tus ritmos y no compararte es un acto de amor propio. Aceptar que no siempre vas a estar “on fire”, y que no pasa nada si un día no pudiste con todo. Porque incluso ahí, estás viviendo. Y eso ya es bastante.
Hoy, más que correr, elijo respirar. Más que llegar primero, prefiero llegar en paz. Porque entendí que no vinimos aquí a ganarle a nadie, sino a vivir lo más bonito posible este viaje único y personal.
Así que sí: celebra tus altas, pero no olvides también mirar con cariño tus bajas. Porque en ambas, estás creciendo. Y porque al final del día, la vida no se trata de ganarla… sino de sentirla.
Comentarios