República Dominicana es –sin que peque yo de un excesivo optimismo– una verdadera cantera de talentos en todas las áreas, muchos de los cuales se pierden en la bruma del anonimato, la falta de oportunidades o en el pastoso desinterés de un Estado que acusa serios desenfoques en la articulación de las políticas públicas y en gobernar teniendo el interés de la gente en el centro de las acciones.
Bajo el rústico manto de la pobreza y entrampados en un redondel de carencias, abundan en nuestro país personas con habilidades naturales para las artes plásticas, la música, el canto, la artesanía, los deportes –especialmente el béisbol– el baile, la actuación, las lenguas, las matemáticas y otras disciplinas.
Algunos –cuyas habilidades se desbordan y hacen que la copa se derrame– se vuelven tan notorios que rompen barreras y hay que tomarlos en cuenta inevitablemente dentro de un sistema inequitativo.
En el fin de semana viví una experiencia extraordinaria con tres equipos de pequeños futbolistas del interior traídos a Santo Domingo por el empresario y filántropo Pedro Suárez Polanco, un hombre bueno que conquetea con la política (ojalá se decida a mejorar la calidad de este ejercicio).
Los niños, en su mayoría, nunca habían salido de Yaiba, una comunidad rural del municipio de Castillo en la provincia Duarte. El autobús tardó más de la cuenta en llegar al campo del FC Barcelona, en la Universidad Nacional de Pedro Henríquez Ureña (Unphu), porque algunos de los jugadores se marearon y fue necesario deternerse varias veces para que vomitaran.
Los vi llegar con sus marchitos uniformes, zapatos en las peores condiciones, extrañados, absortos, impactados, pero con el rostro del triunfo y la decisión de vencer. Allá en su comunidad, específicamente en el barrio La Matenca, un zona inundable, juegan futbol contra toda adversidad, venciendo el fango, las zonas resbaladizas, los accidentes del terreno, pero nunca paran, son incansables.
Aquí en Santo Domingo, en un campo que en comparación con su terruño es de oropel, ganaron dos de tres juegos, uno de ellos 3-0, un resultado que –para mí– fue epopéyico, dada las diferencias marcadas entre los grupos desde el punto de vista social y económico.
Rescatar los talentos de la pobreza y auparlos desde el Estado puede tener un efecto multiplicador amplio, reductor de la pobreza desde el mismo corazón de las familias.
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