07/08/2025
Crónicas de Poder

Después de 527 años, seguimos latiendo como ciudad

Nuestra querida Santo Domingo acaba de cumplir 527 años desde su fundación. Más de cinco siglos de historia, transformaciones y resiliencia. Es la ciudad más antigua del Nuevo Mundo y también una de las más vivas del presente. Quien camina por sus calles, ya sea en la Zona Colonial, en el bullicio de Villa Consuelo o entre las torres de Bella Vista, siente la fuerza de una ciudad que no se detiene.

No todo ha sido fácil. Como capital de un país en desarrollo, hemos vivido los embates del crecimiento desordenado, los retos del urbanismo sin planificación, y las profundas desigualdades que nos siguen marcando. Pero también hemos dado pasos firmes hacia la modernidad. Las transformaciones en infraestructura, movilidad, tecnología y servicios públicos son notorias. Si miramos con objetividad, hay avances que no se pueden ignorar.

A pesar de los azotes del desarrollo global, Santo Domingo ha sabido conservar su espíritu. La cultura capitaleña, esa mezcla de picardía, calor humano, resistencia y orgullo por lo propio, sigue viva. Somos una ciudad llena de gente buena, alegre, laboriosa. Gente que madruga todos los días para salir a ganarse la vida, que construye patria desde lo cotidiano, que transforma el país desde su esquina, su colmado, su aula o su oficina.

Los desafíos actuales son muchos, pero no insalvables. La vida vertical avanza con fuerza, y con ella, la necesidad urgente de repensar la convivencia en los condominios y espacios compartidos. Vivir en torres no puede convertirse en una vida de puertas cerradas ni de conflictos entre vecinos. Se necesita una cultura de comunidad, basada en el respeto, la empatía y las reglas claras.

Otro de los grandes temas pendientes es el tránsito. Vivimos en una ciudad diseñada para otra época, pero con el parque vehicular del futuro. Las calles ya no dan abasto y los embotellamientos se han convertido en parte del día a día. No se trata solo de construir elevados o ampliar avenidas: hay que cambiar la lógica de cómo nos movemos. Promover el transporte colectivo, recuperar las aceras, incentivar el uso de bicicletas y ordenar el transporte público son acciones que no pueden seguir esperando.

La alcaldía del Distrito Nacional conmemoró la fundación de la ciudad con actos solemnes que incluyeron el izamiento de banderas, la lectura de la proclama y una misa en la Catedral Primada de América. | FOTOS: Alcaldía DN.

También hay deudas históricas en infraestructura. Obras largamente prometidas y nunca terminadas, barrios enteros sin drenaje pluvial, espacios públicos descuidados y servicios que aún no llegan a todos. Y, sin embargo, hay una ciudadanía que resiste, que se adapta y que sigue apostando por una ciudad mejor.

Pero entre tantos pendientes, hay algo que no podemos perder de vista: la gente. Lo más valioso de Santo Domingo no está en sus edificios ni en sus parques; está en el espíritu de quienes la habitan. Si queremos que esta ciudad funcione, tenemos que aprender a vivir en ella con mayor conciencia social.

Promover la buena vecindad no es un simple gesto romántico, es una necesidad. La convivencia armoniosa debe dejar de ser un ideal para convertirse en una práctica diaria. Saludar al vecino, respetar el descanso ajeno, colaborar con la limpieza del entorno, ser empáticos con quienes tienen menos oportunidades… todo eso suma. Todo eso construye ciudad.

El respeto a los demás debe ser el valor más determinante para poder vivir en una metrópolis como la nuestra. Y no sólo respeto a las normas, sino respeto al otro, al que piensa distinto, al que viene de otro barrio, al que tiene una discapacidad o al que no tiene voz. Una ciudad sin respeto mutuo está condenada al caos.

Hoy, al celebrar estos 527 años de historia, debemos mirarnos con sinceridad y preguntarnos qué tipo de ciudad queremos ser. ¿Una capital atrapada en sus problemas o una que mira hacia adelante con esperanza y compromiso?

Santo Domingo tiene lo más importante: su gente. Que no se nos olvide nunca. Porque al final, las ciudades no son solo calles y edificios. Son, sobre todo, sus ciudadanos.

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