Los terapeutas especializados en conducta humana tienen material de sobra para organizar una tesis sobre el impacto de la función pública en los patrones de comportamiento, haciendo incluso un cruce con evidencias en el sector privado para llegar a contrastes que, seguramente, resultarán curiosos y de alto interés para quienes siguen los temas ontológicos.
En RD he visto pocos «drivers» que generen cambios tan patéticos en las personas como el cargo público que supone administrar un presupuesto, aunque sea modesto, y tomar decisiones que afecten a los ciudadanos.
Exceptúo a los pocos que cuentan con el don de la inteligencia emocional, la vocación de servicio y una clara perspectiva sobre el carácter pasajero del asiento que ocupan, sin que esto mengüe su capacidad de jugar el rol que la ley asigna, anteponiendo el interés público a las agendas individuales o grupales de terceros.
El corto tránsito por los meandros del Estado me ha permitido ser testigo de circunstancias antológicas que desbordan la capacidad de asombro, quizás porque mi organización mental operativa está determinantemente influenciada por modelos corporativos centrados en la eficiencia, la productividad y la rentabilidad.
La cultura del dispendio, la captura de adláteres dedicados a inflar el ego del jefe con discursos melosos, tienen un gran arraigo en la administración pública, porque el funcionario mediocre, un espécimen abundante creado por el clientelismo, necesita escuchar que todo va bien, aunque esté canibalizando la institución.
Claro, desprecia las voces disonantes y el enfoque crítico, por lo cual mantiene confinados a aquellos que dicen lo que no quiere oír, porque como está por encima del bien y del mal, se cree infalible, merecedor de pleitesías y loores a su “brillante ejecutoria”.
De esa manera, no pasa por un despacho con la intención de dejar un legado, abrir un camino para facilitar la continuidad del Estado, sino para convertir la institución en su finca privada, en un coto cerrado, disfuncional, que solamente opere con él y para él. Es una de las peores desgracias del Estado dominicano.
Comentarios