Parece –hasta prueba en contrario– que uno de los elementos distintivos del ex alcalde David Collado fue el manejo de los fondos públicos con pulcritud, algo reconocido por entidades locales y extranjeras de renombre, como la Fundación Institucionalidad y Justicia (FINJUS) y el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD).
En un país con instituciones funcionales y una práctica política ética, este hecho no constituiría noticia ni motivo de comentarios, porque sería lo esperable, pero la Alcaldía del Distrito Nacional, como casi todos los gobiernos municipales, ha albergado tantos corsarios, cada quien con su respectivo botín, que manejar finanzas auditables resulta inédito y disruptivo.
En lo que respecta a la gestión en sí de la ciudad, la frontera se vuelve difusa entre el marketing y la realidad, porque Collado ha sido, sin dudas, el alcalde con la mejor puesta en escena y los montajes más competitivos para concitar aplausos y titulares, sin menoscabo de sus obras, no tanta dimensión transformadora para ser inmortalizado cual Enrique Tierno Galván.
Construyó, limpió, iluminó, destruyó arrabales, rescató y adecentó espacios públicos, sobre la base de una agenda que sería ordinaria para un alcalde si la artillería de relaciones públicas y la teatralidad no la sobredimensionaran. Collado es histriónico, sumamente dramático, al convertir su responsabilidad en una epopeya extraordinaria, en un sacrificio y, a veces, en una inmolación.
No hay lugar para el regataeo con los resultados de su gestión, que brillan más por la mediocridad de administraciones anteriores –desde años muy atrás– que por sus propios méritos. Quizás necesitaba un segundo período para consolidarse, porque el gobierno local tiene tantos pasivos que se requiere un trabajo disciplinado a lo largo de los años para saldarlos.
Pero la continuidad en la Alcaldía no seducía a David, porque –a futuro– el desgaste natural derivado de un gobierno largo no le convenía y renunciar a la repostulación en un contexto de alta popularidad le facilitaba el juego de tronos que, con múltiples asedios y suspensos, desarrolló frente al candidato presidencial del partido que invoca, Luis Abinader. No logró los objetivos.
Hoy ni es alcalde, pero tampoco candidato vicepresidencial. No cuenta con estructura partidaria y, aunque terminó en alta con jornadas de limpieza y la iluminación de la Winston Churchill, un proyecto que deliberadamente guardó para el cierre del telón, la inclemencia del tiempo y el olvido son sus enemigos. No sé cómo los enfrentará. Su sucesora, Carolina Mejía es ya la segunda figura más importante del PRM y mirará hacia donde mira David: la Presidencia de la República. Esperemos.
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