El país despertó con el alma encogida. Una tragedia enluta a decenas de familias y deja una marca imborrable en la memoria colectiva dominicana. Una celebración terminó en caos, gritos y silencio. Lo que debía ser una noche de alegría se convirtió en una herida nacional.
En medio del bullicio, nadie imagina que el instante puede quebrarse. Nadie entra a un lugar de esparcimiento pensando que no saldrá con vida. Por eso el impacto duele tanto: porque todos, de alguna manera, hemos estado ahí. Porque en un país donde la vida social es refugio y desahogo, los espacios de entretenimiento son también parte de nuestra identidad.
Las imágenes han recorrido todos los rincones: rostros cubiertos, cuerpos cargados, llanto inconsolable. Pero más allá del dolor visible, esta tragedia nos confronta con preguntas urgentes: ¿qué medidas se están tomando para garantizar la seguridad en lugares de alta concentración? ¿Quién responde cuando la fiesta termina en duelo? ¿Estamos preparados como sociedad para evitar que algo así vuelva a ocurrir?
Hoy debemos recordar a las víctimas no solo con flores o lamentos, sino con acciones concretas. La memoria también se honra desde la justicia, desde la prevención, desde la voluntad colectiva de no repetir errores. Esta herida no sanará pronto, pero sí puede transformarse en un punto de inflexión.
En medio del dolor, también vimos la solidaridad dominicana. Gente anónima ayudando, medios cubriendo con humanidad, oraciones multiplicándose. Esa misma unidad es la que debemos sostener para avanzar, para reconstruirnos.
Esta tragedia nos toca a todos. Porque el dolor no necesita invitación para entrar, y la seguridad debe ser un derecho, no un privilegio. Honrar a quienes partieron implica algo más que rezar por ellos: implica transformar el sistema que permitió que esto ocurriera.
Y aunque aún duela, aunque cueste entenderlo, llegará el día en que podamos recordar sin quebrarnos. Porque las vidas que se apagaron merecen más que lágrimas: merecen cambios reales.
Que el silencio que nos dejó esta tragedia se convierta en un llamado profundo. Que nunca más se repita. Que nunca más tengamos que escribir estas líneas desde el luto.
Porque este país, que sabe reír, cantar y abrazar, también sabe levantarse. Y lo hará.
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