¿Qué nos puede enseñar el arte de no tomarnos las cosas personales? Además de brindarnos la paz de no cargar con la preocupación que nos genera el tener la duda constante de lo que pueden provocar nuestras acciones sobre las decisiones o reacciones de los demás, es una herramienta perfecta para poner en práctica el interiorizar y fortalecer nuestra capacidad individualista. Nos ayuda a diferenciarnos sanamente de las emociones y cargas ajenas.
De manera casi constante, como seres humanos, nos cuestionamos si las acciones de quienes están a nuestro alrededor tienen algo o mucho que ver con dirigirse a nosotros específicamente. Y la verdad es que, aunque nos cueste entenderlo, no hay nada más alejado de la realidad.
En el tiempo que tengo de vida y reflexión, las experiencias y el pensamiento me han permitido darme cuenta de que a partir de lo que más abunda en nuestro interior, de lo que hay en nuestra alma o cerebro, nos expresamos y deriva el trato que damos a los demás.
Mucho depende de nuestra actitud de cada día, de cómo se nos presentan las situaciones y cómo les hacemos cara. Nuestra respuesta y trato hacia los demás tiene más que ver con cómo estamos por dentro que con lo que el otro realmente es o hace. Y esto, que aplica a nosotros, también aplica a los demás.
A veces, lo que alguien nos dice de forma cortante, o la forma en que alguien reacciona con distancia o incomodidad, no tiene nada que ver con nosotros, sino con lo que esa persona está cargando en su interior: sus batallas no resueltas, su cansancio, su estrés, su dolor. Su manera de actuar es una proyección, no un mensaje codificado dirigido a ti.
Cuando entendemos esto, comenzamos a vivir más ligeros. Dejar de asumir que todo es una indirecta, una ofensa o un desaire personal, nos devuelve el poder de elegir cómo reaccionar, sin caer en el juego del ego herido o la paranoia del rechazo.
Hay personas que hablan desde sus miedos. Otras, desde su inseguridad, su necesidad de controlar o de validarse. Y así como nosotros también hemos actuado muchas veces desde nuestras propias carencias, es justo darle a los demás el beneficio de la duda, sin hacernos cargo de emociones o actitudes que no nos corresponden.
No tomárselo personal no significa ser indiferente, sino sabio. Es observar sin absorber. Es proteger tu paz sin tener que cargar con la ajena. Es entender que no todo gira en torno a nosotros, que el mundo no conspira cada vez que algo no sale como queremos, y que no somos responsables de los vacíos ajenos.
El punto es que cuanto más practiquemos esta forma de ver la vida, más fortalecemos nuestra autoestima, más serenidad cultivamos y más claridad ganamos para enfocar la energía en lo que realmente vale la pena: vivir con intención, con autenticidad y sin el peso innecesario de lo que otros piensan, dicen o hacen.
Porque al final, lo que los demás hacen… dice más de ellos que de ti.
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