30/05/2025
Editorial

Crisis silenciosa, pero no invisible

República Dominicana envejece, y lo hace a un ritmo más acelerado de lo que su infraestructura social está preparada para enfrentar. Las estadísticas lo confirman: la población mayor de 65 años crece sostenidamente, impulsada por los avances en salud pública y una mayor expectativa de vida. Pero este logro demográfico viene acompañado de un desafío silencioso y profundo: la falta de cupo en los centros geriátricos del país.

Cada día, más familias se enfrentan a la dura realidad de no encontrar un lugar adecuado donde sus seres queridos mayores puedan recibir los cuidados que necesitan. Los hogares de ancianos –públicos y privados– están sobrepasados, con largas listas de espera y recursos insuficientes. Pagar el costo de un centro privado es casi incosteable por una familia de clase media. Mientras tanto, muchos adultos mayores viven en condiciones de abandono, soledad o en manos de familiares que, aunque con buenas intenciones, carecen de la preparación o los medios para atender sus necesidades específicas.

Este problema no solo revela una crisis de capacidad, sino también una profunda deuda social. Durante mucho tiempo, la planificación de políticas públicas ha prestado escasa atención al envejecimiento poblacional. La inversión estatal en infraestructura geriátrica ha sido limitada, y la regulación de los centros existentes es débil o ineficiente. En consecuencia, se ha abierto un abismo entre las necesidades de una población en crecimiento y los servicios disponibles.

Es urgente que el Estado y la sociedad en su conjunto reconozcan esta realidad. La vejez no puede seguir siendo un tema marginal ni abordado únicamente desde el voluntariado o la caridad, como sucede en la mayoría de los casos. Se necesita una política nacional de atención al adulto mayor que contemple la ampliación de centros geriátricos, el fortalecimiento del sistema de salud geriátrico, la capacitación del personal de cuidado y la fiscalización rigurosa de los hogares existentes.

Además, es imperativo fomentar una cultura de respeto y dignidad hacia nuestros mayores, donde envejecer no sea sinónimo de olvido o marginación. La manera en que tratamos a nuestros ancianos dice mucho sobre quiénes somos como sociedad.

El tiempo corre, y la población continúa envejeciendo. No actuar ahora es condenar a miles de personas a una vejez sin cuidados ni derechos. La crisis es silenciosa, pero no invisible. Es momento de que escuchemos su llamado.

Comentarios