Esta vez, la reunión global del clima es Belem, Brasil y tiene como propósito reducir el consumo de 8.200 millones de personas y nuevamente la ONU insiste en su advertencia: «Las emisiones de gases de efecto invernadero y otros impulsores antropógenos han sido la causa dominante del calentamiento observado desde mediados del siglo XX».
El entorno natural no puede soportar el riesgo que significaría la extensión del consumismo occidental, los costes ambientales, que afectan a la humanidad en su conjunto, serían insoportables. Este es el gran límite al que se enfrenta la sociedad tecnológica global.
El sistema económico liberal, que es el hegemónico, tiene más capacidad de producción y acumulación (capital productivo y especulativo) que de reparto (salarios directos e indirectos), la desigualdad entre poseedores y desposeídos sistémica y funcional, pero la propiedad privada y acumulable ha sabido instalarse como cultura casi universal, ha conseguido la confluencia de intereses entre capitalistas y consumidores, eclipsando la figura del trabajador. Somos incapaces de eliminar la pobreza de la faz de la tierra, pero no nos preocupa.
El cambio climático, y las guerras de apropiación preventivas y permanentes, nos enfrenta de forma lacerante a estas insuficiencias de un modelo social en el que estamos tan cómodamente instalados, y nadie con poder político suficiente se atreve a liderar la única alternativa racional posible: reducir el consumo y decrecer ordenadamente, para que todos, 8,200 millones de personas, podamos acceder al bienestar imprescindible que garantice universalmente la dignidad humana, sin soportar la excesiva explotación laboral de la mayoría por unos pocos, y sin poner en riesgo la sostenibilidad del planeta, como entramado vital en equilibrio demasiado precario.
Todo lo anteriormente citado se debate en Belem, Brasil con la presencia de mandatarios de todo el mundo, comprometidos con el medio ambiente, pero con la gran ausencia del presidente norteamericano, Donald Trump, que no cree en estos temas que son vitales para la humanidad. Ellos, negacionistas por antonomasia.
En ese sentido, en los días que tiene desarrollándose la COP30 en Brasil, recientemente un grupo de indígenas intentaron entrar a la sede de la cumbre climática y tuvieron enfrentamientos, como han podido ver a través de los medios y redes, con la policía. Los indígenas exigen participación en las tomas de decisiones dentro de la cumbre, portaban carteles con el lema «nuestra tierra no está en venta».
Los manifestantes han conseguido entrar en el Parque da Cidade, cerrado estas semanas para su uso como sede de la cumbre, esquivando en un primer momento a efectivos de la Policía. En su recorrido han tenido también palabras para el presidente brasileño, Luiz Inácio Lula da Silva, de quien han afirmado que lleva a cabo un «papelón» y que «destruye el clima» con las perforaciones petrolíferas autorizadas en la cuenca del Amazonas.
«El Gobierno miente diciendo que el Amazonas está bien, que los pueblos indígenas están bien. Si estuviéramos sanos, no estaríamos aquí protestando», ha declarado el chamán y activista Nato Tupinambá, presente en el momento de la irrupción, según ha recogido el diario brasileño Folha.
Así mismo, dentro del evento se ha formado una alianza entre distintos países para luchar contra la desinformación que alimenta el negacionismo y «retrasa la acción urgente».





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