Es curioso que la Iglesia católica, una de las instituciones más antiguas e influyentes del mundo –con una historia marcada por represión, persecución, atrocidades y pactos inconfesables desde sus orígenes– aun hoy día, conectada con los centros de poder y sociedades más abiertas del siglo XXI, mantenga en un ámbito rigurosamente cerrado el proceso de selección de su más alto líder.
Y es que, a través del tiempo, la autodefinida «institución espiritual y caritativa», ha obtenido y mantenido su cuota de poder fáctico en todas las elites y esferas del poder político global, como interlocutor y mediador entre gobernantes y gobernados, con un blindaje discrecional que poco muestra de sus conflictos internos en los breves o largos periodos de su cúpula. Pero esa cúpula, en mayor o menor medida, no ha estado libre de fisuras y escrutinios cuando sectores de prensa han escarbado y revelado escabrosos desmanes de muchos de sus miembros.
Cada vez que amerita la ocasión, por muerte y relevo del papa de turno, hacia la ciudad del Vaticano –un micro estado en Roma, Italia– son convocados los cardenales del mundo católico y tras las paredes más íntimas; entre fumata negra y fumata blanca se han debatido las selecciones del alto pontífice, de las que escritores, periodistas y guionistas han suplido abundante material, y en una dinámica de ficción y no ficción, cargada con relatos de poder, manipulación, influencia, y sobre todo de intrigas, la industria del cine ha hecho amplia filmografía al respecto, dejando entrever luchas enconadas entre los cardenales progresistas y la facción conservadora.
En su trama, Cónclave, del director alemán Edward Berger, aborda el claustro de algo más de cien cardenales que, encabezado por el decano Thomas Lawrence (Ralph Fiennes), debe seleccionar al nuevo jefe de la Iglesia tras el repentino fallecimiento de su incumbente. La convocatoria estará matizada por las revelaciones del arzobispo Wozniak (Jacek Koman) y sucesos de último minuto, como la decisión tras la última reunión del difunto con el cardenal Tremblay (John Lithgow), figura de conducta «inapropiada» y que podría estar entre los elegibles; por igual, la súbita aparición del cardenal Benítez (Carlos Diehz) desconocido para el resto, cuya investidura y jurisdicción deberá justificarse, y que al mismo tiempo encierra el dilema para el futuro de la institución. También aflora la maniobra que colocó a la hermana Shanumi (Balkissa Maiga) en el Vaticano, a sabiendas de un pasado conflicto con el cardenal africano Joshua (Lucian Msamati), para dinamitar las posibilidades de este obtener los votos y el trono.
Eminencia, esta puede ser una representación fiel del Infierno.
Oye, no digas blasfemia, Rey.
El infierno será mañana cuando traigamos a los cardenales.
¿Viste los periódicos?, aparentemente ya decidieron que seré yo.
Claro que estoy de acuerdo con ellos.
Ah, ¿y si yo no quiero? Nadie cuerdo querría el papado.
¿Qué, el Papa tenía dudas sobre Dios?
No, nunca de Dios, pero si perdió la Fe en la Iglesia.
La afabilidad y cercanía del cardenal Bellini (Stanley Tucci) en su relación con Lawrence, como muestra el fragmento de dialogo previo, contrasta con la personalidad incisiva e intempestiva del cardenal Gofredo Tedesco (Sergio Castellitto), quien reitera que «no hemos tenido un papa italiano en más de cuarenta años», al tiempo que con cabildeos muy disimulados se suceden rondas de votaciones en las que, como juego de tablero, avanzan y retroceden las preferencias de unos y otros, entre diálogos que nos van mostrando sus temperamentos.
Tremblay: Tal vez parezca que pusimos una carga muy pesada en un hombre muy enfermo.
Joshua: El papado es una carga pesada. En especial para un hombre mayor.
Sin bien hay fluidez a pesar de la falta de secuencias exteriores de masas aglomeradas ante la Capilla Sixtina, o de especulaciones entre círculos político, al mismo tiempo es algo que le reclamo al filme, al igual que la no inclusión de puntos de vista y cobertura periodística que asimismo brillan por su ausencia, lo que resulta imperdonable para el relato.
Aun así, me agradan muchas secuencias dinámicas en diversidad de planos, como la transportación del cadáver, del cierre de la habitación papal, la llegada y labor de las hermanas –especies de monjas dedicadas a la cocina y otras comodidades–, la llegada de los cardenales, cargada de detalles como el encierro del local, sus fumadas frenéticas en varios puntos, miradas penetrantes, rosarios en manos, la diversidad racial, los teléfonos amontonados, las colillas de cigarrillos esparcidas, el arrastre de maletas y despliegue de paraguas, todo esto matizado por la tonada de un violín nervioso y ominoso, rematado con incesante golpeteo de batería.
En general, la música de Volker Bertelmann es preciosa y precisa, ha colaborado con el director en su oscarizada versión de Sin novedad en el frente (2022), y las miniseries Your Honor y Patrick Melrose.
En su labor, el director de fotografía, Stéphane Fontaine, francés, responsable de Captain Fantastic (de Matt Ross); Un profeta, y Oxido y hueso (ambas de Jacques Audiard) y de Jackie (de Pablo Larraín), en esta Cónclave apela a una tonalidad claroscuro que nos rememora la labor de Gordon Willis para la trilogía de El Padrino, inspirada por la fuerte influencia pictórica de los lienzos de Miguel Ángel Caravaggio (1571-1610) En cierto nivel, Fontaine mejora y amplía su visión.
Es notable la forma en que los guionistas Peter Straughan (The Debt; Tinker Tailor Soldier Spy) y Robert Harris (The Ghost Writer, Un oficial y un espía) han repartido los intereses y puntos de vista de los cardenales. Si bien en La agonía y el éxtasis (1965, de Carol Reed), el papa Julius II (Rex Harrison) muestra su euforia tras encabezar el triunfo de sus legiones en una comarca, al mismo tiempo exhibe su tacañería, empecinamiento y persecución sobre Miguel Ángel Buonarroti (Charlton Heston) para que haga los murales del techo de la famosa capilla y concluya varias esculturas («yo no busco lo favores del papa. Nos necesitamos el uno al otro. Él me da trabajo y yo le doy monumentos. La ambición de ambos queda así satisfecha»).
En Cónclave, el cardenal Lawrence se encuentra en el centro de una conspiración, y con rastros de profundos secretos que podrían sacudir los cimientos mismos de la Iglesia. Ralph Fiennes, con tensión, sobrelleva a este personaje en una combinación notoria de compulsión emocional y abierto a escuchar a todos, aunque el tiempo le juega en contra tras las revelaciones, y se muestra dispuesto hasta ceder sus propias posibilidades, en un metraje de dos horas precisas en donde la hermana Agnes (Isabella Rossellini), como superiora entre las demás, se limita a unos elocuentes silencios y gestos.
Los parlamentos de Bellini (Tucci, como siempre sutil y contundente a la vez) ofrecen valoración a varios temas, como en sus propias palabras se define: «Si quieres hacer una campaña en mi nombre, asegúrate de que mi mensaje sea claro: díganles que creo en el uso del sentido común en temas como los gays y el divorcio… que creo que no debemos volver a los días de la liturgia recitada en latín o de familias con diez hijos porque mamá y papá no sabían lo que hacían… que creo que debemos respetar otras creencias y tolerar otras posturas dentro de nuestra iglesia, y díganles que creo que las mujeres merecen más importancia en la curia…Yo apoyo todo lo que Tedesco no cree». En definitiva, Cónclave es una buena y hermosa película, con un desarrollo que nunca decae en su ritmo y un final que deja una tarea de debate.
Comentarios