Murió hoy Ángel Haché, –me disparó a quemarropa– un amigo en un texto el pasado viernes. Ajeno a su realidad, la noticia me recorrió el alma y a la distancia me refugié por un instante en mi derredor como aquél que mira sin ver y no sabe lo que busca.
¿Cómo se despide al amigo bueno, a aquél que se aprecia, valora y respeta? ¿Con palabras o con una rosa en el mar?
Compartí con Ángel en innúmeras ocasiones desde que coincidiéramos por primera vez, un sábado cualquiera, a finales de los 80, en el Cine Club Lumiere que dirigía el también ido a destiempo, Arturo Rodríguez Fernández; y nuestra amistad naciera y se hiciera imperecedera.
Las circunstancias de la vida, sin embargo, pusieron la distancia de por medio entre los dos, al encontrarme residiendo fuera del país, pero nunca impidieron la comunicación.
Por fortuna para mí, y sé que en aquél entonces el regocijo fue de ambos, puesto que el respeto era mutuo y sincero, en abril del año 2013 nos reunimos en su casa, y pasamos unos gratos e inolvidables momentos. Fue la última vez que le vi.
En aquel encuentro hablamos de lo que siempre hablábamos cada vez que teníamos la oportunidad: de cine, arte y el cumulo de insatisfacciones que aún arrastran muchos de los ciudadanos de un país en el que la ley no es ciega y se viste en colores, y las oportunidades tienen nombres y apellidos.
Hablamos del cine actual y del pasado, del sorprendente ‘boom’ del cine dominicano y de sus limitaciones, de sus proyectos y sus frustraciones, de la película Biodegradable, de su Elsa y de la mía… ¡Cómo se nos va el tiempo, señores!
Conversar con Ángel era como nutrirse de una fuente inagotable, con el que se podía disentir sin caer en polémicas estériles, pues él era ante todo un caballero; de férrea disciplina y exigente eso sí, consigo mismo y con la calidad, pero tolerante y comprensivo.
¿Cómo se despide a la distancia al amigo que se ha ido de repente, sin un adiós ni una sonrisa?
La juventud de hoy no conoció a este formidable actor y al país le fue negada la oportunidad para apreciar su talento en su justa dimensión, más allá de las artes plásticas. Pero Ángel, actor de carácter o del método y de fuerte personalidad fue tal vez el mejor actor dominicano de su generación.
Su gran talento y ductilidad le permitían representar con igual impulso y presencia casi cualquier papel, ya fuera en el cine o en el teatro. El pudo haber tenido una destacada carrera como actor en otras tierras, pero el amor a su país le impidió alejarse de sus raíces. ¡Qué pena y qué dolor que sólo haya tres películas como testimonio de su arte!
A Ángel y a mí nos unió el cine, pero nuestra amistad era más profunda y diversa. Tal vez por eso era el único amigo que no olvidaba mi fecha de cumpleaños, casualmente un día antes del suyo. ¡Descansa en paz entrañable amigo, y gracias por los recuerdos!
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