La carrera interna del Partido Revolucionario Moderno (PRM) para escoger su primer candidato presidencial post Luis Abinader avanza hacia un terreno altamente sensible, donde cada gesto y cada declaración se interpretan con lupa. En medio de ese ambiente, el diputado Aníbal Díaz, dirigente de la corriente davicista, sorprendió al calificar como “neutral” al presidente de la Cámara de Diputados, Alfredo Pacheco. Sin embargo, esa afirmación se estrella de frente con la realidad política. Porque, en verdad, Alfredo Pacheco no tiene un solo “pelo” de neutral.
Y es que Pacheco ha sido —y sigue siendo— un actor activo, influyente y determinante en la dinámica interna del PRM. No es espectador: es protagonista. Su presencia, su estructura y su capacidad de incidir en decisiones clave lo alejan por completo de la etiqueta de árbitro desapasionado que algunos intentan asignarle. De hecho, su activismo es tan visible que se desliza con fuerza una lectura estratégica: el futuro político inmediato de Pacheco podría no estar en el Congreso.
No es casual que haya declarado públicamente que no “va más” como diputado por Cristo Rey y sus carrandales. Ese anuncio tiene un trasfondo político claro. En las conversaciones internas, la Alcaldía del Distrito Nacional está “en juego” como parte de una maniobra mayor. Y dentro del abanico de candidatos que baraja el oficialismo para la capital figuran tres nombres: Fellito Suberví, Juan Garrigó… y el propio Alfredo Pacheco. Su salida del escenario legislativo, por tanto, más que renuncia, huele a reacomodo táctico. Un movimiento preciso en un tablero donde cada casilla importa.
A esto se suma el recuerdo siempre vigente del famoso “pachecazo”, aquel episodio en el que Pacheco terminó imponiéndose a la voluntad del expresidente Hipólito Mejía, quien buscaba entregar la presidencia de la Cámara a la veterana dirigente reformista Rafaela —Lila— Alburquerque. Ese choque dejó claro que Pacheco no es árbitro: es jugador, y uno que mueve fichas pesadas.

Por eso, no sorprende que dentro del PRM se esté insistiendo en buscar “notables” verdaderamente imparciales para arbitrar la próxima primaria cerrada. La percepción de parcialidad —real o fabricada— puede provocar fracturas profundas en un partido que necesita cohesión para sostener su proyecto más allá del 2028.
Mientras tanto, otro murmullo recorre los pasillos modernistas: “David Collado no tiene estructura”. Una frase calculada que intenta debilitar la imagen del exalcalde, asociándolo más al liderazgo mediático que al músculo orgánico del partido. Aquí cobra relevancia la advertencia del estratega Héctor Guzmán, quien recuerda que en las viejas convenciones del jacho prendido “no siempre gana el que está en primer lugar”. Su mensaje es claro: las estructuras internas importan más de lo que aparentan.
La renuncia de Víctor D’Aza —arropado por dirigentes clave del abinaderismo— ha encendido aún más las alarmas. Ese gesto es leído como una señal de tensiones acumuladas que podrían comprometer la unidad partidaria si no se gestionan con inteligencia y equilibrio.
Finalmente, se espera la reacción del sector del expresidente Hipólito Mejía, que impulsa a su hija, Carolina Mejía, como figura presidencial para la próxima contienda. Su respuesta frente a la narrativa de la “neutralidad” de Pacheco podría definir el tono de la batalla interna que ya se perfila como una de las más complejas en la historia del PRM.
Lo cierto es que, en este escenario de movimientos silenciosos, candidaturas en ciernes y pulsos internos, insistir en presentar a Alfredo Pacheco como figura neutral es, cuando menos, un ejercicio de ingenuidad política. Porque Pacheco juega, influye y decide. Y la capital —como muchos otros espacios— forma parte de esa ecuación.





Comentarios