A medida que se despide el año 2025, las redes sociales se convierten, como ya es costumbre, en una vitrina de balances personales. Fotos de metas cumplidas, logros profesionales, cuerpos transformados, viajes realizados, relaciones consolidadas y listas interminables de «todo lo que sí se logró». Un bombardeo visual y emocional que, aunque muchas veces nace del orgullo legítimo, también puede convertirse en una fuente silenciosa de presión para quien observa desde el otro lado de la pantalla.
En este cierre de año es importante detenernos y recordar algo esencial: el progreso es individual. No sigue un calendario universal ni responde a las mismas oportunidades, contextos o ritmos. Comparar nuestro camino con el de otros no solo es injusto, sino profundamente desgastante. Cada persona avanza desde un punto distinto, con herramientas distintas y cargando batallas que muchas veces no se publican ni se celebran en un post.
Las redes sociales muestran resultados, no procesos. Rara vez vemos los intentos fallidos, los retrocesos, las pausas obligadas o las decisiones difíciles que también forman parte del crecimiento. Nadie sube una foto del día en que dudó de sí mismo, del momento en que tuvo que empezar de nuevo o del tiempo que necesitó simplemente para sobrevivir emocionalmente. Y, sin embargo, esos momentos también son progreso, aunque no se vean brillantes ni acumulen likes.
Auto presionarnos por no haber llegado «tan lejos» como otros es olvidar que avanzar no siempre significa moverse rápido. A veces avanzar es detenerse a sanar, cambiar de dirección, soltar expectativas ajenas o aprender a escucharse con más honestidad. Hay años que no se miden por conquistas visibles, sino por la fortaleza interna que se construye en silencio.
Cerrar el 2025 no debería ser un ejercicio de juicio severo, sino de reconocimiento sincero. Reconocer lo que sí se logró, incluso si no coincide con las metas que nos propusimos en enero. Reconocer que mantenerse de pie ya es un acto de valentía. Que decir «hasta aquí» también es una forma de crecimiento. Que no rendirse, aun sin aplausos, cuenta.
El progreso no es una carrera colectiva ni una competencia encubierta. No gana quien más exhibe, sino quien logra ser fiel a su propio proceso. Y ese proceso no necesita validación externa para ser valioso. Basta con saber que hoy somos un poco más conscientes, un poco más fuertes o un poco más honestos que ayer.
Al despedir este año, quizás el verdadero logro sea aprender a mirar nuestro camino con compasión. Entender que no estamos tarde, ni atrás, ni fallando. Estamos exactamente donde necesitamos estar para seguir construyendo lo que viene. Y eso, aunque no se publique en redes, también merece ser celebrado.





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