04/12/2025
Cine

«Una batalla tras otra», Hollywood agitado por Donald Trump

La apertura de la más reciente película del muy admirado director-guionista Paul Thomas Anderson (California, 1970) se plantea a partir de inquietantes escenas del sabotaje de un centro de detención de ilegales en la frontera de EE.UU. y México, con suficiente estridencia anárquica de parte de miembros del grupo pseudo revolucionario «Franceses 75», encabezado por la mulata de rasgos mestizos Perfidia (Teyana Taylor), además, Bob Ferguson (Leonardo DiCaprio), Junglepussy (Shayna McHayle) y Diandra (Regina Hall), dejando ver entre líneas sus motivaciones  políticas.

El grupo refleja parte del aura de influencia del Partido Pantera Negra, organización política de corte izquierdista, fundada por los estudiantes universitarios Bobby Seale y Huey P. Newton en Oakland, California; activo entre 1966 y 1982, con una historia muy variopinta; desafiando brutalidad policial y segregación racial; además, desarrollando programas sociales, sucesos violentos y mortales. Sobre esto recomendamos filmes como Pahther (1995, de Mario Van Peebles), Judas y el mesías negro (2021, de Shaka King), la miniserie The Big Cigar: La gran fuga (2024, Apple TV+). 

En el filme de Anderson convergen matices de thriller político y comedia negra, envueltos en un drama de acción dinámica y criminalidad, que pretende capturar el actual estado de frustración de gran parte del conglomerado estadounidense y de otros segmentos fuera de sus fronteras. 

Aunque hay una matriz original en la novela Vineland, del coguionista Thomas Pynchon, ambientada en los años 80, y conectada con los sucesos de la década de 2020, no hay ingenuidad o simple divertimento en lo que vemos. No, es cine tomando de la fuente de la vida actual; mostrando la fragmentación de los Estados Unidos de la era Trump-Biden-Trump, pues la figura antipolítica del magnate inmobiliario y estrella de la televisión, que mucho provecho ha sacado de los recovecos legales del «sistema».

La gestión altisonante de Trump confronta con la vacilación de un Partido Demócrata que por gran tramo de su periodo 2020-2024, lució fuera de enfoque, aportando silencio a la guerra en Gaza, y dinero y equipos ilimitados a la Guerra en Ucrania, mientras su frontera sur estaba abierta a millones de personas con todo tipo de intenciones. 

Gran parte del dinero del contribuyente se estaba dilapidando para costear esa invasión que mayoritariamente entró desde México. Para ordenar la casa surgieron las promesas de campaña de Trump; con su triunfo se precisarían medidas drásticas que traerían imágenes dolorosas con el accionar de los organismos de control fronterizo, migratorio y de seguridad nacional; que llevarían a un segmento de opinión a satanizar a quien tomara las decisiones correctivas. Y siempre será contradictorio ver a gente protestando contra las autoridades estadounidenses, portando pañuelo, t-shirt y bandera –especialmente de México–, país del cual salen huyendo porque no tienen nada garantizado allá: ni seguridad, ni trabajo, ni vida. 

Y, como de costumbre, el Hollywood demócrata hace su aporte contra el ente republicano de turno; por eso, en pleno año electoral, no fue ocioso el surgimiento del filme The Apprentice (de 2024, del iraní Ali Abbasi, responsable de Araña sagrada, 2022) y Border (2018)) Por ciento, aún lamento que la Academia ignorara el trabajo de Jeremy Strong en El aprendiz, optando por Kieran Culkin en la monótona A real pain.

Retomando el filme de PT Anderson (de Warner Bros, 2horas y 41min), a partir del personaje del irónico militar Steven J. Lockjaw (interpretado por Sean Penn, un individuo siempre dispuesto a desafiar al establishment, recordemos sus visitas a Fidel Castro, a los sandinistas y hasta al Chapo Guzmán), pues este encaja bien para un patrón conductual en el cual los guionistas verter provocación y sarcasmo.

Lockjaw, aspirante a ingresar a una Logia supremacista blanca con influencia y poder político, sirve de pretexto para el ambiente de esplendidos festejos y dualidad en que habla y se maneja la «capa social racista» de esta historia. El ritmo del relato se mantiene con actividades desestabilizadoras del grupo –robos y vandalismo a bancos y edificios públicos–, y la líder Perfidia, emparejada con Bob (DiCaprio), también desarrolla un vínculo casi fetichista con Lockjaw por su apetito sexual irascible, y así se establecen opciones para continuar ironizando en base a este personaje que Penn lleva con altivez en muchas vertientes. 

Perfidia, en su temprano planteamiento ante Lockjaw, a punta de pistola, expresa algo del planteamiento discursivo demócrata reciente: «El mensaje es claro: fronteras libres, cuerpos libres, decisiones libres y libres del puto miedo»; parte de esas palabras se las escuchamos varias veces a la candidata Kamala Harris. 

Por tanto, es lógico que nunca falten las victimizaciones como la del locutor que habla de una tierra que da asilo, de resistencia, que advierte al trabajador del «capitalismo que está extrayendo valor de sus vidas», como si ese contrato social de patrono y subalterno ahora también merece ser satanizado. El locutor será presa del brazo invisible de poder factico.

El filme, del director que ha trascendido con títulos como Boggie Nights, Magnolia, Punch-Drunk Love, There Will Be Blood (Pozos de ambición), Phantom Thread, etc., nos llega precedido de la vitalidad que traen diariamente los noticiarios y la efervescencia política que no cede; además, impulsado por los elogios de Steven Spielberg que este pasado mes de octubre ya la catalogó como «la mejor película del año», indicando que ya la vio tres veces. Esas son palabras mayores que nos obligan a hacer la tarea y descubrir si estamos ante ciertos valores o ante muchas pasiones. 

El grupo de rebeldes «Franceses 75», moviéndose usualmente entre comunas nativas con fachadas de monjas y conventos, pero con amplio poder de fuego y destrucción; subsiste motorizado por comunicación de vieja generación; mientras por un instante, un televisor despliega imágenes del clásico docudrama «subversivo», La batalla de argel (de Gillo Pontecorvo, de 1966); la radio también aporta pate de The revolution will not be televised, de Gil Scott-Heron, un himno musical revolucionario, y otros temas  que se alternan con una capa de asimilables piezas originales que como alfombra sobrellevan la dinámica del relato en diferentes tonos a punto de convertirse en un elemento distintivo que nos deleita. 

Los encuentros furtivos de Perfidia y Lockjaw dan su fruto mientras Bob (DiCaprio) acompaña a la rebelde mujer que no se siente a gusto en su rol de madre; tras cierta transacción con Perfidia, se precipitan desenlaces y aniquilaciones. Los guionistas PT Anderson y Thomas Pynchon, no escatiman en la sobrevaloración del negro; la anciana madre de Perfidia le comenta a Bob «ella viene de un amplio linaje de revolucionarios, y tú te ves perdido. Ella avanza y tu solo eres un estorbo». Perfidia, egocéntrica y recelosa hasta del amor que recibe la niña, rechaza la flojera de Bob y se presume mesías de una revolución que espera por ella.

En un salto temporal de dieciséis años vemos a la niña Willa (Chase Infiniti, nativa de Indianápolis, en 2000, a quien descubrimos en la miniserie Presunto inocente, con Jake Gyllenhaal) Ella, bajo cuidados de Sensei Sergio St. Carlos (un muy relajado Benicio Del Toro), en lo adelante concentra mucho del resto de la trama, siendo buscada con extraños propósitos de parte de Lockjaw y otros enviados por la Logia que quiere conservar su pureza impenetrada de ningún mestizaje o elementos dudosos.

Si bien Charlie Chaplin en El gran dictador ridiculiza a Hitler, por su parte, a tono de sátira recurre Stanley Kubrick con Peter Sellers y George C. Scott, en Dr. Strangelove…, parodiando una crisis nuclear en plena Guerra Fría (1964, pero al inicio de su obra, Kubrick tiene la nobleza de advertirnos lo que vamos a ver), mientras que, en Una batalla tras otra, los guionistas sintetizan excesos, ironía y hasta ridiculez con Lockjaw, los miembros de la Logia y las entidades militares y migratorias. 

Mientras se desata alerta máxima tras los miembros del grupo rebelde, la vida de Bob se torna en suplicio entre persecuciones y recibiendo también ayuda de Sensei, quien mueve hilos facilitando que siga en busca de Willa, ya ubicada en otro refugio bajo el cuidado de mujeres de aparente noble intención. Hacia allá irá todo el poder del Estado. 

La intención de ridiculizar a la raza blanca y los poderes facticos es tan palpable que se expone un largo trayecto desde una cocina común a un recorrido de pasillos subterráneos para llegar a una oficina-bunker para sostener una reunión y decidir el destino de una persona, que en definitiva va a concluir bajo responsabilidad moral y colectiva de los proponentes, aun quitándole la oportunidad de eliminación que tuvo el adversario de ese personaje de cerrar el asunto cuando lo tuvo en sus manos. 

Estamos ante un filme de muy buena factura técnica, muy bien balanceado en su ritmo, sin fisuras o letargos, pero con una intención de pescar en el rio revuelto del oportunismo político. Sean Penn, con psicorigidez militar, ha dejado para la posteridad uno de sus mejores personajes (adelantamos aplausos para sus premios). 

Con relación a las palabras de Spielberg, en este instante solo puedo expresar que aún nos faltan muchas películas por ver, pero no le vimos a Una batalla tras otra, razones para ser «la mejor película del año», aunque no podemos esperar mucho de una Academia que en 2023 premió a Todo a la vez en todas partes.

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