La visita del secretario de Defensa de Estados Unidos, Pete Hegseth, al Palacio Nacional confirmó algo que ya se venía gestando en silencio: la relación entre Washington y Santo Domingo ha entrado en una fase de cooperación mucho más profunda y estratégica. No se trata únicamente de un gesto diplomático, sino de la reafirmación de que la República Dominicana se ha convertido en un actor clave en el mapa regional de seguridad.
Hegseth dejó claro que su país ve al Gobierno dominicano como el socio más firme en el Caribe para contener el avance del narcotráfico y de las redes criminales que operan sin reconocer fronteras. Este respaldo, según afirmó, se ofrece bajo el respeto formal a la soberanía dominicana, un mensaje que busca despejar posibles suspicacias en torno a la ampliación temporal de la colaboración militar y logística.
Del lado dominicano, el presidente Luis Abinader aprovechó el encuentro para subrayar el giro radical que ha experimentado el país en materia de interdicción desde 2020, destacando decomisos históricos y una capacidad operativa fortalecida gracias al acompañamiento técnico estadounidense. Su planteamiento va más allá de los datos: insiste en que la lucha contra el narcotráfico no puede sostenerse en solitario y que la amenaza, pese a los avances, sigue siendo tangible.
El nuevo acuerdo con Estados Unidos, que incluye apoyo aéreo del Comando Sur mediante aviones cisterna KC-135 y aeronaves C-130 para misiones humanitarias y de vigilancia, amplía el alcance dominicano sobre zonas marítimas y aéreas donde operan organizaciones criminales transnacionales. Este despliegue promete mayor capacidad de detección y respuesta, elementos críticos en una región donde los carteles han demostrado una notable capacidad de adaptación.
La apuesta conjunta no solo apunta a proteger ambos territorios, sino también a enviar un mensaje político a la región: la seguridad hemisférica exige alianzas firmes y resultados verificables. La presencia en el encuentro de altos funcionarios de ambas naciones simboliza que este esfuerzo no es circunstancial, sino parte de una estrategia de largo plazo.
En un hemisferio donde la criminalidad organizada se reinventa a diario, la cooperación anunciada no es un lujo, sino una necesidad. La República Dominicana, por primera vez en mucho tiempo, aparece no como un eslabón vulnerable en la cadena, sino como un aliado central en un desafío que afecta a todos.





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