En la moda hay pocas herencias tan reconocibles y vigentes como la de Oscar de la Renta. A casi once años de su fallecimiento, la casa que fundó el diseñador dominicano no solo sigue en pie, sino que continúa marcando un pulso elegante y contemporáneo en la industria. Su legado, tejido entre flores bordadas, siluetas impecables y una feminidad celebratoria, permanece como brújula de identidad y prestigio. Hoy, ese espíritu late bajo la dirección creativa de Laura Kim y Fernando García, quienes desde 2016 están al frente de la marca, y bajo la visión ejecutiva de Alex Bolen, que ha sabido llevar la casa por un camino de rentabilidad y expansión moderada pero firme.
Oscar de la Renta fue, además de un maestro de la costura, un constructor de códigos. Desde los años sesenta, tras formarse junto a Balenciaga y Antonio del Castillo, levantó un vocabulario reconocible: el optimismo cromático, el bordado minucioso, los motivos botánicos y una idea de glamour que no excluía la vida cotidiana. Sus clientas incluían primeras damas estadounidenses, mujeres de la alta sociedad y estrellas de Hollywood, pero su discurso estético siempre estuvo atravesado por la noción de que la ropa debía embellecer y hacer sentir extraordinaria a cualquier mujer. Esa combinación de oficio artesanal y sentido práctico definió un estilo que trascendió fronteras y convirtió su apellido en sinónimo de lujo. Cuando murió en 2014, la industria perdió a un referente, pero dejó tras de sí una casa sólida, con un archivo riquísimo y una clientela fiel.

El nombramiento de Kim y García representó un regreso con significado. Ambos habían trabajado en el taller de Oscar antes de fundar Monse, su propia firma, que ya gozaba de atención mediática. Su designación fue recibida como un gesto de continuidad con frescura. Desde entonces, han consolidado un lenguaje que respeta las raíces de la casa pero introduce elementos contemporáneos que dialogan con nuevas generaciones. Sus colecciones se distinguen por la persistencia de las flores en versiones bordadas, tridimensionales o láser, por el uso del cristal y la pedrería en claves gráficas, y por la limpieza de siluetas que evocan la elegancia clásica de Oscar con proporciones actuales. En las últimas temporadas se han visto vestidos que parecen vitrales iluminados, jacquares con reflejos discretos, transparencias controladas y volúmenes medidos que actualizan la noción de gala. La división nupcial, otra de las áreas más queridas por el fundador, sigue viva bajo su mano con capas arquitectónicas y bordados ligeros que mantienen la promesa de un vestido soñado.
No menos importante ha sido la apuesta por los accesorios. El desarrollo de bolsos, joyería y piezas de marroquinería ha permitido extender el universo de la marca más allá del vestuario de gala. Con el monograma “O” como símbolo estructural y un lenguaje pulido en sus acabados, los accesorios consolidan identidad y aportan la rentabilidad imprescindible para un negocio de lujo. A ello se suma la constante presencia en alfombras rojas, donde la casa sigue siendo elegida por celebridades de primer nivel. Desde diseños inspirados en vitrales hasta vestidos de impacto fotogénico en los principales premios de 2024 y 2025, la estrategia es clara: piezas memorables que hacen eco en la cultura pop y mantienen viva la conversación mediática.

En la parte ejecutiva, Alex Bolen ha sido pieza central. Con una brújula pragmática, ha privilegiado la coherencia comercial sobre la saturación mediática. La casa no busca estar en todas partes, sino sostener su reputación con momentos de alto impacto. Para ello ha replanteado el calendario de pasarelas, ha incorporado un equipo de marketing fortalecido y ha priorizado la rentabilidad por encima de la expansión indiscriminada. Esa visión responde a algo que el propio Oscar comprendía: que el lujo no se mide en ruido, sino en consistencia, servicio y fidelidad. Bolen ha logrado mantener a la marca como referente de glamour atemporal mientras afina el modelo de negocio en una industria cada vez más competitiva.
El contraste entre la era de Oscar y la de Kim y García no es una ruptura, sino un eco. Los códigos permanecen: la flor como emblema, el bordado como celebración del oficio, la silueta que favorece el movimiento y la mujer real. Las diferencias, en cambio, muestran la inteligencia de la adaptación: líneas más limpias, brillos tratados con un pulso gráfico, accesorios con mayor protagonismo y un lenguaje que suena contemporáneo sin renunciar a la etiqueta de “ropa para ocasiones”. En un mercado dominado por la inmediatez, Oscar de la Renta ha elegido el camino de la permanencia.
Hoy, la casa no vive de la nostalgia sino de una floración constante. Los titulares recientes lo confirman: desde Rosé de BLACKPINK en los VMAs 2025 hasta la princesa Charlene de Mónaco en actos oficiales, pasando por Keke Palmer en los Fashion Trust Awards, las celebridades siguen apostando por sus diseños como declaración de estilo. Esa presencia no solo renueva la vigencia del nombre, sino que alimenta el deseo en las consumidoras que buscan en Oscar de la Renta una combinación de tradición, modernidad y emoción.
El legado dominicano del maestro se percibe intacto. Oscar fue un embajador de su tierra y un símbolo de cosmopolitismo. Su capacidad de unir raíces y sofisticación es hoy el cimiento sobre el cual Laura Kim y Fernando García construyen una nueva etapa. Bajo su mirada, la casa sigue siendo lo que siempre fue: una celebración de la belleza, del oficio y de la mujer que se atreve a abrazar el cambio con elegancia. Y bajo la gestión de Alex Bolen, se asegura que esa herencia se traduzca en un negocio sostenible y en una marca que sigue siendo relevante en el siglo XXI.
La ecuación parece sencilla, pero no lo es: códigos claros, producto impecable y disciplina empresarial. Es ese equilibrio lo que mantiene viva la casa Oscar de la Renta, que en 2025 continúa siendo una de las banderas más altas del lujo estadounidense y un recordatorio de que la moda, cuando se hace con coherencia, puede trascender la vida de sus creadores. En retrospectiva, es exactamente lo que el propio Oscar hubiese querido: que su nombre siguiera vistiendo sueños, y que su jardín de flores nunca dejara de florecer.
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