Patricio León suele abordar sus proyectos artísticos a la distancia del foco público. Por lo menos, eso se percibe al otro lado del espectador. El inmortal texto del dramaturgo y novelista Johann Wolfgang von Goethe (1749-1832), Fausto, ocupa su agenda en una nueva adaptación que se estrenó el pasado 1 de este mes y se mantendrá en escena hasta el domingo 10 en la sala Ravelo del Teatro Nacional.
León, un actor en franca madurez, está convencido «que los clásicos no son piezas de museo, sino obras vivas que nos hablan hoy» y que interpretando a Mefistófeles en esta ocasión pudo reconfirmar que es un personaje en el imaginario colectiva, cargado de prejuicios culturales y religiosos. «Asumirlo en escena significa enfrentar miradas escépticas incluso antes de abrir el telón», comentó en esta entrevista con La Crónica, realizada luego de su primer fin de semana en cartelera.
Es una obra que enriquece la hoja profesional de Patricio León, actor que trabajó antes en Inadaptados (2015), El túnel (2016) y Esperando a Godo (2017). La conversación gira en torno precisamente a este nuevo desafío que, sin duda, le ha dejado una gran satisfacción artística, como siempre anhela conseguir en los proyectos artísticos que asume.
¿Qué te atrajo del personaje de Mefistófeles y qué desafíos encontraste al interpretarlo en esta adaptación de Fausto?
Mefistófeles me atrajo precisamente por lo que incomoda. Es un personaje que está en el imaginario colectivo, cargado de prejuicios culturales y religiosos, y asumirlo en escena significa enfrentar miradas escépticas incluso antes de abrir el telón. Pero no le temo a los retos; al contrario, me alimentan. Como actor, busco personajes que me agoten física y emocionalmente, pero que a la vez me dejen una gran satisfacción artística. Construyo desde la musicalidad, porque soy músico, y para mí cada escena tiene un tempo, un ritmo, una partitura interna que voy ejecutando. Esa es mi forma particular de llegar a un personaje. Mefistófeles me exigió un trabajo de precisión: es tentador, irónico, inteligente y profundamente teatral. Lo más difícil fue equilibrar su sarcasmo con la oscuridad que lo habita, sin caer en caricaturas.

¿Cómo describirías esta versión de Fausto que presentan en la sala Ravelo? ¿En qué se diferencia de otras adaptaciones del clásico de Goethe?
Esta es una versión divertida, fresca, depurada y contemporánea de Manuel Chapuseaux, que logra condensar la esencia filosófica y poética de Goethe en un formato ágil, íntimo y contundente. Es una adaptación que busca la espectacularidad en lo visual y la intensidad en lo actoral y lo literario. Se concentra en el conflicto humano, en las preguntas que siguen siendo vigentes dos siglos después. Y creo que eso la hace distinta: no se aleja del texto para modernizarlo, sino que lo hace presente y cercano.
Interpretar a un personaje tan icónico y complejo como Mefistófeles implica una gran carga simbólica y teatral. ¿Qué enfoque personal le diste?
Partí de la idea de que Mefistófeles es un espejo incómodo: muestra lo que no queremos ver de nosotros mismos. No lo traté como un ser sobrenatural distante, sino como alguien peligrosamente cercano, un acompañante que conoce nuestras grietas. Mi musicalidad me ayudó a darle matices: cada diálogo tiene un tempo distinto, como si fueran movimientos de una sinfonía oscura.
Además de actor, también eres productor del montaje. ¿Cómo fue equilibrar ambos roles durante el proceso de creación?
Es un ejercicio de equilibrio y de confianza. Como productor, debo cuidar la logística, el equipo, los recursos; como actor, debo entregarme a la dirección y a mi personaje. Tengo claro cuándo usar la batuta y cuándo convertirme en lienzo para que el director pinte sobre mí. No es fácil, pero me gusta asumir riesgos. Mi carrera está marcada por montajes que muchos consideran imposibles de producir y que, sin embargo, han llegado al público y lo han sorprendido.

¿Cómo fue el trabajo con el director Manuel Chapuseaux y qué elementos aportó él a esta versión de la obra?
Trabajar con Manuel es siempre un diálogo fértil. Tiene una mirada lúdica pero rigurosa, sabe extraer de cada actor lo que el personaje necesita. Su adaptación tiene una narrativa divertida y una potencia actoral que nos obliga a estar presentes todo el tiempo.
El elenco que participa en Fausto cuenta con figuras como Camila Santana, Richarson Díaz y Lía Briones. ¿Cómo fue la dinámica entre ustedes en escena y fuera de ella?
En escena, hay un pulso constante: nos escuchamos, nos empujamos, nos contenemos. Fuera de escena, hay camaradería y mucho respeto por el oficio. Richarson como Fausto, Camila como Margarita y Lía en sus roles múltiples, aportan una energía que hace que el escenario sea un espacio vivo, siempre cambiante.
¿Qué aspectos de la historia original de Goethe crees que siguen siendo vigentes para el público de hoy?
La lucha entre el deseo y la conciencia, la eterna búsqueda de sentido, el precio que estamos dispuestos a pagar por cumplir nuestras ambiciones… todo eso sigue latiendo. Goethe entendió que el alma humana es contradictoria y que esas contradicciones son las que nos mueven, y eso no tiene fecha de caducidad.

¿Qué tipo de experiencia teatral quisieron ofrecerle al espectador con esta puesta en escena?
Queremos que el espectador se sienta interpelado, que salga con más preguntas que respuestas. Que entienda que Fausto no es una historia lejana, sino una conversación que le toca personalmente. Es un montaje que apuesta por la palabra, la actuación, la diversión y la intimidad de la sala.
Mefistófeles representa muchas cosas: tentación, inteligencia, sarcasmo, oscuridad. ¿Qué faceta del personaje fue la más desafiante para ti como actor?
Lo más desafiante fue su capacidad de seducción. No hablo solo de seducción erótica, sino intelectual y emocional: convencer al otro de hacer lo que desea, sin que este sienta que está cediendo. Lograr eso en escena, con sutileza, requiere un trabajo fino de tono y presencia.
¿Hubo alguna escena que te exigiera particularmente a nivel emocional o físico durante la preparación o función?
Sí, hay momentos de confrontación directa con Fausto que requieren una energía física muy precisa y sostenida, y escenas donde el subtexto emocional es tan denso que debes administrarlo para no desgastarte antes de tiempo. La escena de la ‘noche de brujas’ en particular me exige mucho, porque estamos trepados en unos andamios que exigen equilibro y fuerza física, sumado a unos parlamentos largos y con un ritmo rápido requieren de técnica y precisión, pero es una de las escenas que más disfruto, e intuyo que el público también.

¿Qué ha sido lo más enriquecedor para ti, a nivel artístico y personal, en este montaje que se extiende por casi dos horas?
El reto de encarnar un personaje tan cargado simbólicamente, en una obra que muchos consideran inabarcable, y llevarlo a un formato íntimo que conecta con el público. Además, sumar Fausto a mi lista de autores y personajes que siempre quise interpretar, como Beckett, Poe, Sábato o Jorge Díaz, es un privilegio. Y, en mi rol de educador y artista, ha sido un verdadero hito presentar por primera vez en la República Dominicana esta obra monumental. Para mí, es también una forma de educar artísticamente a un pueblo desde la apreciación, acercando un clásico de la literatura universal a nuestra realidad cultural y demostrando que el público dominicano tiene la sensibilidad y la inteligencia para disfrutarlo y dialogar con él.
La obra ya tuvo funciones el pasado fin de semana –en la del domingo estuvo la sala casi llena– y regresa el próximo. ¿Cómo ha respondido el público hasta ahora?
Con sorpresa y entusiasmo. Muchos llegan con escepticismo y salen agradeciendo la experiencia. Esa es la mejor recompensa: demostrar que el teatro arriesgado también convoca.
¿Qué mensaje esperas que se lleve el público al salir de la Sala Ravelo después de ver esta nueva representación de Fausto?
Que el arte está para incomodarnos y para iluminarnos al mismo tiempo. Que los clásicos no son piezas de museo, sino obras vivas que nos hablan hoy.
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