Después de casi dos décadas, el universo de El diablo viste a la moda vuelve a tomar vida, no solo como una secuela cinematográfica, sino como un acontecimiento cultural que reaviva el diálogo entre el cine y la moda. Con Meryl Streep, Anne Hathaway, Emily Blunt y Stanley Tucci de vuelta en sus icónicos papeles, la producción de la segunda parte ya está en marcha en Nueva York, bajo la dirección de David Frankel y con guion de Aline Brosh McKenna. El estreno está previsto para mayo de 2026, a solo días de la MET Gala, como si el calendario de la alta costura hubiese conspirado para enmarcar este lanzamiento que, desde ahora, promete marcar la conversación fashionista de los próximos meses.
La primera entrega de la película, estrenada en 2006, se convirtió en un clásico instantáneo no solo por su argumento afilado y sus actuaciones memorables, sino por haber capturado con brillantez el pulso de la industria de la moda en su etapa más influyente: la era dorada de las revistas impresas. Con la figura de Miranda Priestly (inspirada en Anna Wintour), el filme se volvió una clase magistral de poder, estilo y exigencia, reflejo de un sistema regido por tendencias inquebrantables, donde una palabra mal dicha o una prenda fuera de lugar podrían significar el exilio editorial. Ahora, en un mundo donde las revistas luchan por mantenerse relevantes, donde los influencers han reemplazado a las editoras como prescriptores de estilo y donde el lujo se reinventa con cada scroll, The Devil Wears Prada 2 aparece con una nueva misión: hablar de lo que fue y lo que es la moda en esta transición cultural.

En un guiño al glamour contemporáneo, una de las escenas más comentadas del rodaje ha sido la recreación de la icónica Met Gala. Filmada en el Museo Metropolitano de Arte, con una impresionante alfombra azul cerúleo y más de 400 extras vestidos por diseñadores reales, la producción simuló una noche de gala en la que Miranda Priestly y Andy Sachs cruzan caminos nuevamente bajo los focos y las cámaras de la élite de la moda. Esta secuencia no solo refuerza la ambición estética de la película, sino que también posiciona a la narrativa en el corazón del sistema actual de validación estilística: un evento que hoy representa tanto a la industria como a su espectáculo. La escena, que ya ha generado expectativa en redes sociales por las imágenes filtradas, promete convertirse en uno de los momentos más memorables del filme.
Las primeras imágenes del rodaje ya se han viralizado, y con ellas, la conversación sobre estilo se ha encendido. Anne Hathaway, como Andy Sachs, se muestra con una estética mucho más depurada: faldas largas de mezclilla combinadas con chalecos, botas estampadas y vestidos rayados que abrazan la silueta con naturalidad. Atrás quedó aquella joven confundida que no sabía distinguir entre azul marino y cerúleo; hoy Andy proyecta seguridad, criterio y evolución. El vestuario elegido para ella sugiere un nuevo código: la moda ya no es espectáculo, es identidad. Del otro lado, Meryl Streep retoma su papel como la temida Miranda Priestly con un abrigo impecable, blusa púrpura, falda en piel y el mismo cabello blanco perfectamente peinado, reafirmando que el poder también se viste con continuidad. Emily Blunt, por su parte, también asume un rol transformado. Trajes sobrios, cortes estructurados, pinstripes oscuros y accesorios minimalistas componen un nuevo uniforme de poder.
Pero la moda aquí no es solo superficie, sino narración. Cada personaje cuenta su historia a través de la ropa. Andy, con sus estilismos más relajados pero refinados, representa la profesional segura de sí misma en un mundo que ya no necesita disfrazarse para impresionar. Miranda continúa siendo la encarnación del lujo tradicional, elegante y atemporal, mientras que Emily simboliza el éxito corporativo moderno. En esta secuela, el vestuario no es solo una herramienta estética, es también un comentario sobre el lugar que ocupan las mujeres en las distintas jerarquías del sistema de moda y negocios.
Y es que El diablo viste a la moda 2 no ignora los cambios radicales de los últimos años. El argumento gira en torno a la crisis financiera de Runway, afectada por la caída de las revistas impresas y la reducción de la inversión publicitaria. En un guiño directo a la realidad, la película aborda cómo la digitalización y la pérdida de relevancia del papel han obligado a grandes títulos a repensarse, reconociendo que el modelo que las sustentó durante décadas ya no basta. Emily Charlton, ahora al mando de un grupo de marcas de lujo, será quien tenga que decidir si rescata o no a la revista que la formó. Este cruce entre negocio, memoria y moda se convierte en el nuevo corazón del conflicto.
El impacto de la primera película fue tal, que redefinió no solo la forma en la que el público veía a las revistas de moda, sino también cómo se percibía el glamour editorial. El look de Andy se convirtió en símbolo cultural; las frases de Miranda, en memes antes de que existieran los memes; y el estilo de cada personaje fue replicado hasta el cansancio. La expectativa es que esta segunda entrega tenga un impacto similar. De hecho, algunos de los looks ya comienzan a influir en las colecciones de marcas contemporáneas: faldas maxi, botas de estampado serpiente, trajes de dos piezas con blazeroversized y chalecos sobre vestidos ya dominan las cuentas de Instagram y las pasarelas digitales. Incluso el regreso del suéter cerúleo, que Hathaway usó en un TikTok reciente, parece anunciar que la película no solo hará cine, sino también tendencia.
El momento en que esta secuela ve la luz no es casual. En un contexto donde la moda ha comenzado a replantearse sus códigos, apostando por la sostenibilidad, la inclusión, la diversidad de cuerpos y narrativas, una película como esta puede actuar como catalizador para discutir los nuevos desafíos de una industria que ya no se define únicamente por la alta costura, sino también por la accesibilidad, la innovación y la identidad. Si en 2006 el sueño era trabajar en una revista dirigida por una figura temida, hoy el éxito se mide distinto: influencia digital, autenticidad, propósito. La nueva Andy, y el nuevo espectador, ya no quieren encajar en un molde, quieren romperlo.
Así, El diablo viste a la moda 2 no es solo una secuela esperada. Es también una oportunidad para reflexionar sobre qué significa realmente “vestir de Prada” en 2026. ¿Es seguir las reglas o reinventarlas? ¿Es aspirar al lujo clásico o crear una nueva versión de elegancia más flexible, más libre, más viva? La moda, al final, no se trata solo de lo que llevamos puesto, sino de lo que proyectamos con ello. Esta película promete recordarnos una vez más que el verdadero estilo no está en la etiqueta, sino en la actitud.
Comentarios