Las declaraciones del presidente Luis Abinader, en las que advierte a los funcionarios del Partido Revolucionario Moderno (PRM) que aspiran a la candidatura presidencial, abren un escenario cargado de repercusiones para cada uno de esos aspirantes y para el propio partido. Aunque el mensaje busca mantener el orden y frenar un proselitismo interno desmedido, sus efectos podrían ir desde un fortalecimiento institucional hasta un marcado desgaste en sus estructuras.
En primer lugar, esta exhortación presidencial pone sobre la mesa una exigencia de integridad institucional: separar el ejercicio público de la ambición política. Si los aspirantes acatan la instrucción y renuncian en tiempo y forma, el PRM reforzaría su imagen de coherencia democrática y compromiso con la transparencia. Esa decisión, en última instancia, redundaría en beneficio porque evitaría conflictos de interés percibidos. Además, pondría música a la campaña interna una nota de seriedad, permitiendo que los debates y candidaturas se centren en propuestas y planificación política, no en maniobras mediáticas.
Sin embargo, el choque no radica en el principio, sino en los plazos. Para muchos de los aspirantes, abandonar sus cargos representa un riesgo personal y político considerable. Pérdida de ingreso, desventaja en estructuras internas, y exposición al escrutinio sin redes de seguridad política son solo algunos de los costos. La advertencia de Abinader puede convertirse, aun cuando falta tanto tiempo para el inicio de la campaña de manera oficial, en una presión real para que renuncien por temor a quedar fuera, lo cual tensiona la unidad del partido y podría polarizar a aquellos que prefieren negociar plazos o excepciones.
Por otra parte, la reacción de la militancia será fundamental. Si este llamado resulta percibido como una imposición vertical, puede causar molestia y rechazo. La mayoría de los aspirantes oficiales (y extraoficiales) en ejercicio, saludó en caliente las palabras de advertencia del mandatario. El PRM ha crecido bajo una lógica de descentralización ideológica; imponer límites abruptos podría derivar en fracturas internas. En cambio, si el mensaje es recibido como una señal de liderazgo responsable, coherente con las normas éticas del Gobierno, se fortalecerá el capital moral de Abinader y del partido.
En términos estratégicos, para los aspirantes que evalúan su renuncia –si es que realmente están en ese ánimo–, la advertencia también reafirma un posible factor clave en la sucesión: aquellos que acatan, no solo demuestran disciplina sino también previsión política; quienes resisten, podrían percibirse como riesgosos o egoístas ante la opinión pública y los internos del partido. Este mecanismo interno de señalización puede consolidar una carrera limpia, respetuosa de las reglas, valorizada por el electorado.
En conclusión, la advertencia de Luis Abinader invita a una reflexión colectiva: si el PRM busca renovarse, debe sostener principios éticos concretos. Pero también exige diálogo: estatuir plazos equitativos, brindar apoyo a quienes renuncien y evitar dobleces.
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