Víctor D’Aza ha anunciado públicamente sus aspiraciones presidenciales, aunque para quienes seguimos de cerca la política municipal, esto no es sorpresa. Hace meses dejó entrever esa intención en una participación que tuvo en nuestro podcast «Municipalidad global». Lo que sí sorprende es que esta aspiración no es una más dentro del mar de ambiciones que rebosa el partido de gobierno. Es la primera vez que un político municipalista de raíz se atreve a dar este paso. Sí, ha habido alcaldes y alcaldesas que han aspirado antes, pero uno con la dilatada carrera municipal como la suya, es algo novedoso y hasta osado.
La clase hegemónica que dirige los partidos tradicionales siempre ha visto al municipalismo como un peldaño menor. El poder municipal, para muchos de ellos, es un simple escalón decorativo en su camino hacia posiciones «de verdad». Pero esta candidatura plantea algo distinto. Víctor D’Aza no sólo fue alcalde, es un municipalista de convicción, un técnico político formado y curtido en la administración local, que entiende la gobernanza territorial desde sus entrañas. Y eso, para quienes creemos en un Estado más descentralizado, es un dato importante.
No soy su correligionario. No milito en su partido ni me interesa que mis palabras sean interpretadas como adhesión. Pero sí comparto con él un profundo amor por los gobiernos locales, por los ayuntamientos, por esa política que impacta de manera directa la vida cotidiana de la gente. Y me parece de justicia reconocer que muy pocos municipalistas han ocupado el cargo que hoy ostenta como secretario general de la Liga Municipal Dominicana. Eso dice mucho del pasado que han tenido los ayuntamientos, han sido relegados, subestimados, reducidos a poco más que oficinas de ornato y limpieza.
Independientemente de las posibilidades reales que tenga este nuevo aspirante a la presidencia, su paso es un aporte a la democracia. Porque coloca en la agenda pública un tema que no tiene brillo mediático, pero sí tiene un valor incalculable para el desarrollo, los gobiernos locales. Pone sobre la mesa la necesidad de una visión distinta, de un gobierno que sea cercano y que entienda que sin fortalecer el desarrollo local no hay progreso sostenible ni reducción de desigualdad posible.
Falta mucho para definir candidaturas de cara al 2028. Hoy apenas se mueven piezas en el tablero. Pero, a mi juicio, lo que ya está definido es el mensaje: no importan los resultados finales, lo importante es que esta precandidatura coloca a los ayuntamientos y a la gobernanza municipal en el centro de la discusión nacional. Y sólo por eso, ya es un aporte para un país que necesita, con urgencia, entender que su verdadero músculo transformador comienza en lo local.
Aún está por verse si los grandes electores, las cúpulas empresariales y políticas, le darán el espacio que necesita para avanzar en su proyecto. Porque no basta con tener ideas y experiencia municipal; en nuestro sistema, para llegar lejos se necesita padrinazgo económico y un entramado político dispuesto a respaldar. Y ese es un terreno en el que los municipalistas suelen caminar con dificultad, pues siempre han estado más cerca de la gente común que de los centros de poder.
Sin embargo, el simple hecho de ver a un municipalista con aspiraciones presidenciales nos recuerda que este país puede pensar distinto. Que no todo liderazgo tiene que nacer en un «comité central» ni en una curul. Que también puede surgir de los barrios, de los parques, de las cañadas saneadas y de las calles iluminadas. Que también puede venir de quienes saben lo que es resolver problemas reales con presupuestos escasos y sin el aparato mediático que maquille su trabajo. Al final, esa es la política que más transforma.
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