Ser joven es vivir en una permanente zona de construcción. Es una etapa donde todo parece estar en borrador: la vida amorosa, los planes de futuro, la idea de quiénes somos. Cada cierto tiempo sentimos que tenemos que volver a empezar, porque lo que nos funcionaba ayer ya no nos llena hoy. Cambiamos de carrera con dudas, nos mudamos con miedo, terminamos relaciones con nostalgia, pero también con la esperanza de que lo nuevo tenga sentido. La juventud es ese periodo en el que todo puede derrumbarse… y volver a levantarse. Donde los comienzos no siempre son elegidos, pero casi siempre terminan siendo necesarios.
Y aunque el término “nuevo comienzo” suena inspirador, lo cierto es que muchas veces viene acompañado de incertidumbre, ansiedad y hasta culpa. Porque no nos enseñaron a soltar sin sentir que fallamos. Empezar otra vez puede ser doloroso, porque implica aceptar que algo ya no era para nosotros, que el camino que tomamos ya no nos lleva donde queremos ir. Aceptar eso requiere valentía. Y no siempre la tenemos al instante. Pero llega, aunque sea a cuentagotas. Porque incluso cuando el corazón duda, hay una parte dentro de nosotros que sabe que seguir adelante es también una forma de honrarnos.
Lo más hermoso de esta etapa es que todo está aún por escribirse. Cometer errores no es un pecado, es parte del proceso. Fallar no es fracasar: es aprender desde la experiencia. A los veinte y tantos, ningún intento es en vano, aunque termine en despedida. La juventud es el tiempo perfecto para experimentar, para descubrir lo que nos gusta, y también lo que no. Para abrirnos a lo desconocido sin exigirnos saberlo todo. Porque cuando dejamos de temer al cambio, encontramos en él la libertad de reinventarnos.
Además, no todos los nuevos comienzos tienen que ser visibles. Algunos se dan en silencio, dentro de nosotros. A veces empiezan con decisiones pequeñas pero valientes: cuidar más de nuestra salud mental, alejarnos de lo que no nos suma, decirnos que merecemos más. Cada acto de amor propio, por simple que parezca, es un nuevo comienzo en sí mismo. Y eso también merece celebrarse.
Si estás atravesando una etapa de cambio, no temas. No estás perdido, estás en movimiento. La vida no espera que lo tengas todo resuelto, solo que no te detengas del todo. Porque mientras tengas el valor de volver a intentarlo, lo nuevo siempre tendrá espacio para ti.
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