21/03/2025
Crónica Política

17 de marzo 1975: un crimen impune; igual a una sociedad cómplice

El asesinato de Orlando Martínez, materializado un 17 de marzo de 1975, sigue siendo una herida abierta en la historia de la República Dominicana. No solo porque fue el vil silenciamiento de un periodista valiente, sino porque su crimen se convirtió en símbolo de la impunidad que ha caracterizado a la justicia dominicana.

Orlando no era un periodista común. Era un intelectual de afilada pluma y pensamiento comprometido, un hombre cuya prosa elegante y monárquica denunciaba sin miedo las injusticias de una sociedad dominada por el autoritarismo. Su asesinato fue orquestado con la frialdad que solo los regímenes represivos pueden ejecutar, y su impunidad fue garantizada por la complicidad de un sistema judicial servil al poder.

Balaguer sabía quiénes lo asesinaron. Lo dejó claro con su célebre página en blanco en Memorias de un cortesano de la Era de Trujillo, un acto de calculada omisión que decía más que cualquier confesión. Su silencio fue la prueba de que, en la política dominicana, la justicia es una pieza más del ajedrez del poder, sacrificable cuando conviene.

Durante la primera gestión de Leonel Fernández como presidente, se apresó e interrogó a los ejecutores materiales del atroz crimen. Un gesto que pareció, por un momento, la luz de la justicia en un caso que llevaba décadas en la sombra. Pero, ¿y los autores intelectuales? ¿Quién ordenó la muerte de Orlando? La impunidad sigue siendo la respuesta a estas preguntas incómodas, la misma impunidad que ha protegido a los poderosos a lo largo de la historia.

En todos esos años, el reclamo de doña Adriana Howley, madre de Orlando, resonó como un eco inquebrantable en la memoria colectiva. Pero su clamor no fue suficiente para quebrar la muralla de impunidad que protege a los verdugos. La justicia, en este caso y en tantos otros, ha sido un instrumento de los que gobiernan, no de los que sufren.

La sociedad dominicana, por su parte, ha sido cómplice con su silencio y su memoria selectiva. Ha permitido que los crímenes del pasado se diluyan en el olvido, que los responsables mueran sin pagar por sus actos, y que el periodismo se convierta en una profesión de riesgo en un país donde la verdad aún molesta. Orlando Martínez no solo fue asesinado por un disparo, fue asesinado por un sistema que protege a los verdugos y castiga a los valientes.

En un siglo no volverá a nacer un periodista de su estirpe, de su temple y de su compromiso con la verdad. Su legado sigue vivo, pero la pregunta sigue siendo la misma: ¿hasta cuándo la impunidad será la norma en la República Dominicana?

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