Filmes monumentales como Doctor Zhivago, Sendero de glorias, El Padrino 1 y 2, El irlandés o JFK, suelen sacudirnos en diversos momentos de su visionado, ya sea por sus componentes interpretativos o por su estructura visual. El brutalista (dirigida y coescrita por Brady Corbet) no dilata en hacerlo desde sus primeras imágenes en que el sonido de una sirena de prevención en caso de ataque aéreo, antecede a la fanfarria de la overtura musical, a lo que sigue el grito de una mujer y una áspera voz en mezcla de lengua yiddish, húngaro o hebreo, y tono mandatorio, interroga a la asustadiza joven Zsófia (Raffey Cassidy) en algo que parece una celda nazi más que una oficina de Aduanas. A eso le sigue la lectura de una carta (en voice over e igual dialecto) de parte de Erzsébet (Felicity Jones), llena de emoción y buenas noticias, para el hombre que vemos a continuación, contrastando con el ambiente oscuro y opresivo que sigue.
En ese ambiente, levantándose de un camastro, el arquitecto judío húngaro Lászlo Toth (Adrien Brody), extremadamente delgado, sudoroso, de rostro angustiado, con vieja maleta y chaqueta en manos, empieza a abrirse paso por un pasillo sofocante, claustrofóbico y atestado de personas que cruzan de un lado a otro, y nuestra mente nos hace la mala jugada de ubicarnos en un algún tramo de un campo de concentración, pero no. Lászlo se está abriendo paso a salir del barco que lo ha traído a Estados Unidos a mediados de la década de 1940. En su ruta tortuosa y a empujones la cámara lo sigue, la overtura retoma su aura triunfante cuando el hombre, junto a otro con el que se congratula lleno de júbilo, logran avistar el monumento arquitectónico más distintivo de New York, un símbolo de esperanza y libertad que contrasta con el largo y difícil camino que ha recorrido.
Inevitablemente, la siguiente escena nos va a recordar la llegada del niño Vito Corleone en 1901 a la misma ciudad, quien también vino en busca de una vida nueva; el mismo propósito que mueve a Lászlo, que habrá de librar otras batallas en esa nueva tierra, especialmente en el campo de la arquitectura, donde el arte y la ambición chocan con la crudeza de la realidad, donde este hombre y su esposa –que se le unirá más adelante– buscan un nuevo comienzo, pero el sueño de construir algo grandioso pronto se convierte en una lucha de poder, sacrificio y secretos enterrados. Eso es El brutalista.
Estrenada en el 81 Festival Internacional de Cine de Venecia el 1 de septiembre de 2024, donde Corbet recibió el León de Plata a la Mejor dirección, con un metraje de 3 horas y 34 minutos, que, si se resta o corta el descanso intermedio y los créditos finales, viene quedando en 3 horas y 15 minutos. Ya alabada y catalogada como una obra maestra, y nombrada como una de las 10 mejores películas de 2024 por el American Film Institute, la pelicula recibió siete nominaciones y ganó tres premios en la pasada entrega de Globos de Oro, incluido el de Mejor película dramática, y está nominada en diez categorías a los premios Oscar del 2 de marzo de 2025.
Su relato se divide en dos partes, que promedian cien minutos cada una; la primera, titulada El enigma de la llegada, se sitúa entre 1947 y 1952, y la segunda, El duro núcleo de la belleza, transcurre de 1953 a 1960, y un epilogo que salta a 1980. Esos son tramos del siglo veinte en que, magnates capitalistas como Rockefeller, Vanderbilt, Carnegie, Astor, Ford y J. P. Morgan, trazaban el sendero del sueño americano, sembrando el panorama con estructuras de todo tipo, con audaz visión de una nación moderna, creando grandes industrias que fueron la base del progreso en el planeta: combustible, ferrocarril, acero, transporte, automóviles y finanzas.
De connotaciones épica de drama histórico (aunque estos personajes son ficticios), y filmada en VistaVision, un formato adecuado para abarcar los grandes espacios que vamos descubriendo y las emociones de los personajes, la película es una odisea que refleja las dificultades de una época y de una comunidad migrante que lucha por adaptarse a un país y una cultura interesados en extraer el talento o la grandeza de artistas o propuestas que en este caso son las estructuras brutalistas de Lászlo, reflejo de la corriente arquitectónica «que desde la década de 1950 priorizó los materiales desnudos (en general cemento o ladrillo) y las estructuras por encima del diseño interior». El término «brutalismo» deriva del francés béton brut («hormigón en bruto»). Lo popularizó el arquitecto suizo Le Corbusier.
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Desarraigado de su Budapest natal, las penurias de la vida dura rodean a Lászlo durante sus primeros meses en Estados Unidos. Ya ubicado en Filadelfia, con la ayuda de su primo, Attila (Alessandro Nivola) –quien, convertido al catolicismo, con su esposa norteamericana, Audrey (Emma Laird), deformó su apellido (a Miller) para ajustarse con su mueblería al contexto del nuevo país y ser más rentable– László logra albergue transitorio y poner en práctica sus conocimientos y habilidades. Luego, para evadir su realidad, resbala hasta los bajos fondos (a veces inyectando sus venas y flotando en melodías de jazz), conviviendo con otros inmigrantes, judíos, negros y demás sujetos marginados que hacen filas en comedores comunitarios, y en donde conocerá a su nuevo amigo, Gordon –Isaach De Bankolé, visto en Casino Royale (2006) y Black Panther(2018)–.
Pero su vida da un giro significativo cuando a la tienda de Attila llega el joven Harry –Joe Alwyn, La Favorita(2018); Harriet: En busca de la libertad (2019), Kinds of Kindness (2024)–, quien les encarga una obra para sorprender a su padre, el enigmático Harrison Lee Van Buren (Guy Pearce), un cliente acaudalado cuya influencia transformará la carrera de Lászlo, su vida y visión artística. Pero el primer encuentro con Van Buren será un caos de airada confrontación, incluyendo racismo y desprecio.
Luego de Van Buren estudiar el pasado laborar de Lászlo, la relación se normaliza y se entabla una amistad que propicia cenas y actividades sociales, en donde Lászlo le revela la situación de su esposa Erzsébet (Felicity Jones) y su sobrina Zsófia, al abogado de Van Buren, Michael (Peter Polycarpou), quien se ofrece a ayudarle para traerlas a América.
En una de esos encuentros, Van Buren releva a sus invitados su próximo proyecto, un centro comunitario en honor a su madre y cuya construcción será encargada a Lászlo. Si bien el ambicioso pedido motiva la escritura de carta esperanzadora a su esposa para que agilice su viaje a Estados Unidos, no menos cierto es que esto no estará libre de confrontación; en especial cuando su patrocinador exige los componentes de la obra (capilla, biblioteca, gimnasio y auditorio) A Lászlo no le parece adecuado una de las partes, pero por razones de presupuesto accede con el pedido, y a esta obra vincula a su amigo Gordon.
La segunda parte del filme arranca con la llegada de las mujeres a América y será una mezcla de emociones y decepción. Erzsébet llega con cierta discapacidad, mientras que Zsófia ahora parece muda y la acompaña en silencio. Sin embargo, Erzsébet, calificada como periodista, ve la vida con entusiasmo y busca insertarse en el nuevo entorno. La relación física, afectiva y sexual de la pareja se ha ralentizado; Lászlo se muestra reticente, temiendo lastimarla debido a su delicado estado de salud, aun así, la mujer se establece como figura clave en el resto del relato.
La película explora temas profundos como la aparente solidaridad del familiar más cercano, el contraste cultural y religioso, la identidad, la resiliencia y la confrontación entre la integridad artística, las demandas comerciales, y las relaciones de poder. Lászlo es un personaje que pese a su vulnerabilidad busca dejar un legado en el área de la arquitectura. Por su parte, Lee Van Buren, encarna a la perfección la dualidad de un mecenas carismático pero manipulador, al punto de influir en ubicar a Erzsébet en su labor periodística en New York para así mantener toda la atención de Lászlo en su proyecto.
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La labor de Lászlo encontrará intromisiones en su camino, como la del contratista Leslie (Jonathan Hyde) y la de otro diseñador, Jim Simpson (Michael Epp) con la intención de desviarse de las ideas originales de Lászlo para ahorrar presupuesto. Otros conatos surgen en la ruta, como el descarrilamiento de un tren; la consiguiente parálisis de la obra; la revelación de Zsófia, quien ya casada y embarazada ha recuperado la voz y comenta su interés de regresar a Jerusalén para reconectar con su fe y sus raíces judías, la condición de salud de Erzsébet que la conllevarán también al mal hábito. Además, la retoma del proyecto de Van Buren, quien accede a viajar a Italia con Lászlo, en busca del mármol indicado de las canteras de Carrara en Toscana. La breve estadía incluye festejo y borrachera, donde Van Buren se aprovecha cruelmente del arquitecto. Todo esto marca un contraste de escenas entre minimalistas y majestuosas.
De vuelta en Pensilvania, Lászlo se vuelve cada vez más agresivo y desconfiado. Poco después, con desconocimiento de este, Erzsébet decide visitar la casa de los Van Buren y ante un grupo de invitados, revela públicamente el acto que este último cometió contra su esposo en un momento de vulnerabilidad. Harrison, minimiza la situación catalogándola como «palabras de una adicta». La tensión estalla cuando Harry patea la andadera de la dama y la arrastra al pasillo, intentando callarla a la fuerza y echarla del lugar. Van Buren desaparece y los atónitos invitados se marchan. El destino de Van Buren es uno de los más enigmáticos de los últimos años en la cinematografía. Grandioso Guy Pearce.
Este Lászlo de Adrien Brody es una compleja madeja de emociones; aporta una intensidad emocional que captura la complejidad de un hombre marcado por su pasado y luchando por encontrar su lugar en un nuevo mundo. Felicity Jones, como Erzsébet, ofrece una actuación notable, encarnando con sutileza el apoyo incondicional y las luchas internas de una mujer que también busca adaptarse y prosperar en tierra extranjera. En cierto modo, esta pareja refleja mucho de lo que suponemos es el viaje doloroso de millones de inmigrantes, refugiados o desplazados. La química entre Brody y Jones añade una capa de autenticidad y profundidad emocional al relato.
Con presupuesto de diez millones de dólares, y rodaje varias veces pospuesto desde la pandemia de 2020, la labor de Corbett, combinada con el reparto interpretativo y una fotografía desafiante y fuera de lo convencional, de Lol Crawley –Mandela: Del mito al hombre (2013); miniserie Utopía (2013, siete capítulos); White Noise (2022)–, sumergen al espectador en una experiencia cinematográfica que reflexiona sobre arte, ambición y sacrificio. Por igual resaltar la labor del editor húngaro Dávid Jancsó –Fragmentos de una mujer (2020), Monkey Man (2024)–, con un montaje que lucha por mantener a buen ritmo el largometraje en medio del constante caos emocional.
De cara al premio Oscar, si las boletas de votación toman un carácter conservador, la cosecha fílmica de 2024 se verían coronada con cualquiera de las dos opciones que representan Conclave y El brutalista; si por el contrario optan por la vanguardia, Anora sería la mejor sorpresa.
La inspiración del relato
El guion, coescrito por Brady Corbett y su pareja Mona Fastball se inspiró en diversas fuentes. Una de las principales influencias fue el libro Arquitectura en uniforme, del historiador Jan-Louis Cohen, que analiza cómo la Segunda Guerra Mundial impactó en el diseño y la construcción arquitectónica. Este texto proporcionó una profunda comprensión del contexto histórico y estético en el que se desarrolla la película. El personaje de Lászlo Todd es una amalgama de varios arquitectos reales que dejaron una marca significativa en el movimiento brutalista.
Marcel Breuer, conocido por sus diseños funcionales y el uso innovador del hormigón, sirvió como una de las bases para Todd. También, Louis Kahn, con su enfoque monumental y filosófico de la arquitectura, también influyó en la construcción del personaje. Y finalmente, Paul Rudolph, destacado por sus complejas estructuras y su habilidad para integrar edificios en entornos urbanos, aportó elementos clave a la personalidad y estilo de Todd.
El nombre Lászlo Todd tiene una conexión histórica intrigante. En 1972, un geólogo húngaro llamado Lászlo Todd destrozó la escultura La Piedad, de Miguel Ángel, en el Vaticano, un evento que resonó en el mundo del arte. Aunque el personaje de la película no está basado en este individuo, la elección del nombre no es casualidad y añade una capa de complejidad y reflexión sobre la relación entre el arte y la destrucción. Corbett también se inspiró en las experiencias de inmigrantes europeos que, tras la guerra, buscaron reconstruir sus vidas en América. La lucha de estos arquitectos por mantener su integridad artística mientras se adaptaban a un nuevo entorno cultural y profesional, se refleja en la travesía de Todd en la película.
El formato VistaVision
A partir del año 1952, el cine empezó a sentir la presión de competencia de la televisión. Esto hizo que varias productoras, en especial la Paramount Pictures, desarrollaran formatos que permitieran diferenciar el cine como un gran espectáculo. El gran paso fue crear una alternativa panorámica al 35mm, que prescindía del procesado anamórfico, con una mayor resolución. Así surgió el VistaVision, un formato que llevaba sin utilizarse como fuente principal de captura de un largometraje desde 1961, cuando Marlon Brando dirigió y protagonizó el western One-Eyed Jacks (El rostro impenetrable, de Paramount, disponible gratis en Youtube) –que por cierto solo fue nominada a Mejor dirección de fotografía a color, de Charles Lang Jr. (perdiendo ante West Side Story)– primera y única película que dirigió Brando, tras Stanley Kubrick abandonar el proyecto.
A pesar de ambientarse durante varias décadas, buena parte de El brutalista transcurre durante los años en que VistaVision se alzó como el estándar panorámico por excelencia. Su primer uso fue en la película Navidades blancas (de Michael Curtiz, 1954), tras la que llegarían joyas de la Paramount como Los diez mandamientos, Vértigo y North by Northwest (Con la muerte en los talones).
Mientras que el 35mm tradicional se desplaza verticalmente en proporción de 25 por 19mm, el VistaVision se desplaza horizontalmente. con un fotograma útil de 38mm de ancho por 25mm de alto, que dota a El brutalista del campo de visión necesario para filmar edificios completos sin ningún tipo de distorsión. La mayor superficie de captura del VistaVision hace posible que una lente «normal» de 50mm tenga un campo de visión mayor sin distorsiones lineales de ningún tipo (como la distorsión de barril, que infla los laterales del encuadre, curvando líneas y generando imágenes poco apropiadas para la fotografía de arquitectura).
Otras películas en VistaVision, de Paramount
Artists and Models (1955); 37 horas desesperadas (1955); The Rose Tatoo (1955); To Catch a Thief (1955); The Trouble with Harry (1955); We’re No angels (1955); El hombre que sabía demasiado (1956); Guerra y Paz (1956), Funny Face (1957); Duelo de titánes (1957); Wild Is the Wind (1957); El último tren de Gun Hill (1959); El pistolero de Cheyenne (1960) y Un tipo duro (1961) Otros filmes son, Alta sociedad(MGM, 1956); Centauros del desierto (Warner Bros., 1956); Orgullo y pasión (United Artists, 1957).
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