Imagínese estar dormido o tomando el café con su familia una mañana de un sábado cualquiera y que, de buenas a primeras, entren hombres armados a su casa, disparen, quemen, asesinen a bebés, niños, perros y todo ser vivo que por allí se mueva en ese momento. A quienes esos terroristas no deciden matar, se los llevaron secuestrados. De solo pensar en algo semejante, a sabiendas de que esa zona estaba «amenazada por enemigos», resulta inverosímil.
No hay capacidad mental para ni siquiera visualizar algo tan perturbador, tan sin razón. Pues precisamente esa locura fue el sorpresivo detonante de este nuevo capítulo de guerra entre Israel y Gaza, que inició de esa manera espeluznante en las zonas llamadas Kibutz (comunas agrícolas israelitas) al sur de Israel y a pocos kilómetros de Gaza.
Antes de llegar a los Kibutz, esos terroristas de Hamás, fanáticos islamistas enloquecidos y cumpliendo órdenes, apoyados por la dictadura iraní y también por el otrora grupo terrorista Hezbollah (sur del Líbano), aniquilaron a más de un centenar de jóvenes que bailaban desde la noche antes en el Festival de música Nova, realizado muy cerca de la frontera sur entre estos dos territorios enemigos de antaño. Luego, se dirigieron a los Kibutz a continuar la masacre.
La pericia y el buen hacer del servicio de inteligencia israelí, el Mosad, constituido pocos meses después de la fundación del Estado de Israel en 1949, fallaron estrepitosamente. No advirtieron, no previeron semejante orgía de muertos. Ese ataque sorpresivo fue el detonante de esta «nueva» guerra que ya cumplió un año y un mes. Una situación desgarradora que no ha hecho más que recrudecer la situación de miseria y calamidad existentes en el lado palestino. Una guerra que ya se expandió a otros países fronterizos con Israel como es el sur del Líbano y Siria. Incluso Irán ha lanzado en distintas ocasiones cohetes a Israel sin provocar daños significativos.
Aún hay más de 100 rehenes israelíes en Gaza que nadie sabe si están vivos o no, y que con el objetivo de hallarlos y por supuesto, aniquilar a la cúpula del grupo terrorista Hamás, el ejército israelí bajo el mando del presidente Benjamín Netanyahu, quien prometió venganza por la atrocidad cometida, arrasa cada día Gaza con morteros, bombas y cohetes que se han llevado consigo más de 43,000 civiles muertos. En el sur del Líbano, ya se cuentan más de 3,000 muertos.
Aquellos civiles que aún están vivos luchan contra la insalubridad, falta de alimentos, medicina y agua, y otros huyeron con lo puesto. Lo que comete Israel allí cada día es un genocidio desgarrador, denunciado en distintos cónclaves y organismos internacionales, y sin un atisbo de alto al fuego. El ejército israelí tampoco permite la entrada de ayuda humanitaria a palestinos. Un desastre total.
Los medios de comunicación y las redes sociales, nos permiten ver todo lo que acontece en esta guerra, zonas y sectores arrasados por el fuego, convirtiendo este territorio en ruina, muertes, escombros y fosas comunes. Esas mismas redes (por desgracia casi todo el mundo tiene un teléfono en sus manos), nos muestran las barbaries cometidas por el «ser humano» desde el inicio de este infierno, nada nuevo desde que el mundo es mundo.
En ese camino de destrucción y muerte, el ejército israelí logró, lo que según algunos sería un «punto de inflexión» en esta guerra, la captura y asesinato del líder de Hamás, Yayha Sinwal, cerebro de aquella invasión del 7 octubre en suelo israelí y también, la aniquilación de Hashem Safieddine, posible sucesor de Hasan Nasralah al frente del grupo terrorista Hezbollah.
Mientras tanto, el ejército israelí continúa masacrando al pueblo palestino, propiciado por enloquecidos terroristas que tampoco tienen miramientos para aniquilar a su propio pueblo. Un terrible capítulo dentro de un conflicto bélico de largas décadas. ¡Cuánta deshumanización se comete en nombre de creencias, territorios, ocupaciones y armas!
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