24/11/2024
Arte & Cultura

Carlos Veitía: «La gente de ballet no somos elitistas, somos guerreros del arte»

Bailarín de vocación, coreógrafo consagrado, con casi medio siglo de carrera, Carlos Veitía está desde los últimos dos años detrás de un escritorio, sirviéndole a su clase, a los empresarios artísticos y a la administración pública desde la dirección del Teatro Nacional. Con 39 nominaciones en su larga lista de galardones a los Premios Soberano, con 17 estatuillas y una otorgada por la Asociación de Cronistas de Arte (Acroarte) en reconocimiento a sus aportes al arte y la cultura –el Premio Soberano a las Artes Escénicas que recibió en el 2023– se siente un ser humano comprometido con el servicio, con ser el medio para que el baile clásico pueda ser disfrutado por el público de todos los niveles. En esta entrevista con La Crónica repasa sus inicios, sus logros en la gestión y su aspiración como ciudadano.

Casi medio siglo de carrera en el arte, ¿de dónde viene ese niño que se sintió interesado en el baile clásico, en la coreografía, en esos años en que no habían tantos profesionales en ese campo?
Nací en el seno de una familia, aunque mi padre no lo era, la de mi mamá sí lo era. Mi abuelo, Carlos Ramírez Sierra, oriundo de San Carlos era dentista, pero también era pintor. Mi madre obviamente se graduó de pianista, músico, estudió canto también y principalmente danza, que fue lo que hizo como carrera toda su vida: bailarina y profesora. Nací en el seno de ese mundo, claro, de hecho cuando mi madre ya acababa de dejarme bailar, ella fue directora del ballet de Oriente, en Cuba, era hija del cónsul honorífico dominicano, mi abuelo.

Mi madre fue una artista toda su vida, aliada a Fernando y a Alicia Alonso y todo eso. Cuando decidió venir al país, aquí todos sus familiares la ayudaron. Nací en ese espacio, en ese mundo. No me era ajeno, sin embargo, aunque me gustaba el arte, más que nada la música, nunca pensé que me iba a dedicar como profesión a nada de la danza. Cuando mi madre vio aptitudes en mí –que no fue muy joven, tenía como 13 años– tuve una operación en una pierna, para recuperarme me indicaron hacer ejercicios y ella misma, por sugerencia del médico, dijo que vaya al ballet.

Mi madre me llevó al ballet pero para hacer ejercicios, vio que tenía facilidades, aptitudes y en ese momento dije: ‘déjame probar esto’. Ella dijo entonces te vas. Me mandó a la Academia Cubana de Ballet de Miami, que era de ex miembros del ballet de Cuba que habían sido compañeros de mi mamá. Allí había una compañía muy bueno, que tenía pocos años, Ballet Concerto Company of Miami, y estuve ahí un tiempo, luego entonces cuando tenía más nivel me fui al Boston Ballet, una compañía formal, una ciudad con una tradición danzística más fuerte, con dinero para las artes. Boston en esa época, y todavía lo sigue siendo, es un lugar muy culto. Ahí hice carrera, ese fue mi mundo.

Carlos Veitía, director del Teatro Nacional, posa junto a la periodista Emelyn Baldera. | FOTOS: Gregory Polanco.

¿Cuándo y por qué decides regresar a República Dominicana?
Volví porque, duré como cinco años sin regresar ni siquiera en vacaciones. De hecho, volví y seguí yéndome, hasta el punto que me di cuenta de que había entrado a una compañía y había bailado profesionalmente, había sido un gran logro, mi llamado, mi vocación estaba en la creación: iba a ser coreógrafo. Había bailado bastante a pesar de mi juventud, había tenido una experiencia enorme con coreógrafos de reconocimiento mundial, gente que iba al Boston Ballet y entonces decidí venir aquí varias veces, después de eso, me di cuenta de que había un potencial enorme.

En ese entonces, la academia de Clara Elena Ramírez, mi mamá y Magda Corbet, que eran las dos profesoras principales se habían unido, no las academias, sino sus grupos más adelantados que tenían la vocación de bailar con miras profesionales y fundamos lo que se llamó Ballet Clásico Dominicano, que era una fundación del sector privado porque aquí no había nada oficial.

Por eso era que en esos años no había una cantidad de importante de bailarines clásicos…
Claro. Como no habían coreógrafos, dije pero esta es la plaza en la que voy a empezar, con conejillos de india de que son ellos, empezar a trabajar. Tenía un input tan grande de todo lo que había visto y bailado que eso me llenó de tanto interés de yo enseñar cosas a través de la creación coreográfica, le di a la compañía una serie de ballets y, conjuntamente conmigo Eduardo Villanueva, que había vuelto del Ballet de Viena –que había sido también alumno de mi mamá– empezamos a dotar la compañía de un repertorio. Y el gobierno de entonces, por doña Renée Klang de Guzmán, una mujer muy culta, nos puso atención y nos oficializó. Por primera vez en la historia nos llamó Ballet Clásico Nacional.

Ahí mi mamá fundó en el sector privado a Ballet Concierto Dominicano como una compañía joven, de miembros que no habían entrado por su edad al ballet nacional pero que querían ser profesionales y esa compañía se desarrolló y luego fue competencia del Ballet Clásico Nacional.

En todos esos años de carrera, ¿qué ha sido lo más importante para ti?
Ha habido varias etapas profesionales de mi vida. Creo que esa etapa fue muy importante, porque eso fue una coyuntura excepcional en el país, que se dio en un momento donde habían unas autoridades muy dadas, especialmente ella, doña Renée, a la cultura y también el director de Bellas Artes. Se dio esa coyuntura para la creación del Ballet Folklórico, el Ballet Nacional y de otras instituciones culturales. Eso no ha vuelto a suceder, no de esa trascendencia.

Claro, la creación del Ballet Concierto Dominicano que siempre ha estado durante el mismo tiempo dándole apoyo al mismo sector oficial muchas veces, porque no siempre hay todas las plazas suficientes y hasta el día de hoy, para las grandes producciones,  siempre se juntan la del sector oficial con el privado para poder llevarlas a cabo, como por ejemplo el Cascanueces, porque no hay suficientes bailarines en ninguno de los dos sectores.

Carlos Veitía en una fotografía tomada en la entrevista con La Crónica.

También, naturalmente, los reconocimientos que he tenido de la Asociación de Cronistas de Arte (Acroarte) que han sido muy importantes en mi carrera. Eso quiere decir que mi sociedad reconoce mi trabajo y eso para mí ha sido un compromiso muy grande para seguirme superando.

Cuando citas a Acroarte, te refieres a Premios Soberano. Desde tu primera nominación en el 1986 has acumulado 39 nominaciones en competencia, con 17 estatuillas y una a tu trayectoria, el Premio Soberano a las Artes Escénicas, eso significa que ostentas grandes logros.
Ha sido mi vocación, porque no es solamente la creación y el magisterio, sino que entiendo que siempre me ha movido, y eso lo heredé de mis padres, el compromiso con mi gremio, con mi clase y mi gente, que va más allá de la gente de la danza. Los artistas, obviamente, uno no puede complacer a todo el mundo, eso es imposible, pero trato de abarcar lo más posible. Por eso estoy aquí [en la dirección del Teatro Nacional]. Siempre me ha movido el don del servicio, entiendo que nos hace mucha falta eso. Que la gente entienda la importancia del arte escénico y musical en todas sus manifestaciones profesionales.

¿Crees que todavía el público dominicano no valora en su justa dimensión la importancia de la danza clásica?
Creo que lo que pasa es que el criterio se forma a medida que vamos teniendo más conocimiento. Claro que nos hace falta un programa, para no decir políticas, de más apertura y de acercamiento, porque cada vez que el ballet, que es mi gremio, hemos tenido acercamientos públicos de puertas abiertas, con ensayos generales como lo hemos tenido, no solamente ahora, sino a lo largo de mi trayectoria, la gente es muy receptiva aún y no siendo conocedores.

La danza no solo se hace para quienes la conocen, también para todo el mundo, como el arte en general. Creo que lo que nos falta es esa voluntad de constancia, de trabajo constante, de poner en contacto a nuestro público en general hacia el arte. Entiendo que, he tratado de hacerlo aquí, pero esto es una gestión de equilibrio, que no solamente soy yo. No soy un rey, soy un director, no soy el único. Si fuera por mí, el Teatro Nacional estuviera abierto de par en par a todo el mundo, mientras no vinieran con las axilas afueras ni desnudos. Pero no lo puedo hacer cien por ciento, tengo que lograr un término medio. Vengo de una familia con conciencia social muy arraigada, no lo digo de la boca para afuera, lo siento.

Y lo pones en práctica.
Sí, mis padres eran socialistas de creencia y luego bueno se dieron cuenta que eso no siempre funciona. Pero seguían siéndolo, hasta su muerte.

A propósito de tu filosofía de vida, y el estilo de tu política de trabajo aquí en el teatro, cuando te nombraron como director, muchos pensaron que sería todo lo contrario.
Es que la gente de ballet no somos elitistas, somos guerreros del arte. La gente nos ve como elitistas, porque originalmente el ballet, como dicen los gringos portraits –príncipes y princesas–, pero el ballet ha evolucionado, tiene neoclasicismo, lo contemporáneo tiene un mundo muy amplio en la creación. Por ejemplo, yo como coreógrafo he tomado temas dominicanos de un sinnúmero de cosas de nuestra identidad para inspirarme en el proceso de creación, que además han salido fuera del país. No siempre hago el Cascanueces, ni esos ballets sobre princesas ni cuentos de hada.

Eso lo heredamos como repertorio de rigor porque viene con una coreografía, es como heredar el siglo de oro del teatro, Shakespeare, para probarse. Pero en la creación somos identidad nacional, o somos entes de nuestra cultura. El que conoce mi carrera como creador se da cuenta que yo siempre he sido eso. Nosotros no somos gente elitista, tampoco en el precio, ni de estudiar ballet, ni de venir a ver las obras. No. Nuestra mentalidad no es esa, pero sí nos ven como tal porque es música y un arte cultos. La gente de danza, en todos los países del mundo, somos guerreros, aunque estemos disfrazados de príncipes.

¿Qué fue lo primero que te vino a la menta cuando te enteraste que ibas a venir a dirigir el Teatro Nacional?
Estaba regando unas matas, en el patio de mi casa, cuando me llamó la ministra [Milagros Germán]. Nos conocemos desde niños, me dice: ‘Carlitos, vístete, que te vamos a juramentar’. Le preguntó de qué, porque aquí había un director, una persona conocida y que yo admiraba. Y cuando me dijeron eso, porque ya estaba pensando en el retiro, todos mis compañeros están retirados, fue un shock. 

Me sentí halagado, te confieso, pero también con una responsabilidad muy grande, tengo mucha conciencia de lo que esto significa, llegan los enemigos gratuitos y sabía que una gran cantidad de personas necesitaban que hiciera una gran gestión por ellos. Pero también podía ir preso, hoy día si haces una mala administración en el sector público, la cárcel es donde puedes ir a parar. Pero me dio mucha paz saber que podía contar aquí en la dirección con una oficina de auditoría interna, con el equipo, tener a mi lado a Fátima Guzmán que es mi mano derecha.

Los duros efectos de la burocracia
Lo más desafiante: todo. El día a día es bien difícil aquí. No somos un país desarrollado. El desarrollo comienza en la mentalidad de los habitantes. Nuestra informalidad debe de ir trabajándose hacia la formalidad. Entiendo que las autoridades tienen años trabajando en eso, tratando que las cosas se formalicen en todos los sentidos. Nos cuesta mucho entender por qué hay que hacer organizados. Mientras más rápido logremos eso, será más fácil para que la burocracia nos arrope menos. Hay que lograr un equilibrio y que tanto el sector oficial como el privado entiendan que un Teatro Nacional debe tener una programación confirmada con un año de anticipación, para que funcione como debe ser. Y lo estamos logrando.

Artículo escrito por Maximo Jimenez

Periodista, crítico de cine. Ex presidente de la Asociación de Cronistas de Arte (2011-2013), autor del libro «La gran Aventura de la bachata urbana» (2018).

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