El término kitsch, según la Real Academia Española (RAE), se refiere a una estética pretenciosa, cursi, de mal gusto o anticuada. Sin embargo, más allá de esta definición, el kitsch ha evolucionado hasta convertirse en un fenómeno estético que desafía los cánones convencionales y redefine los límites entre el arte y la cultura popular. Este estilo, que en su origen se asociaba con la imitación barata y la superficialidad, ha encontrado un espacio prominente en la moda y el diseño actual.
Nacido en Alemania en las décadas de 1860 y 1870, el kitsch reflejaba el deseo de la clase burguesa de aparentar opulencia y estatus social. No obstante, fue en la década de 1930 cuando el término se popularizó como una forma de oponerse a las vanguardias artísticas de la época. En aquel entonces, se percibía como una amenaza para la «alta cultura», al promover valores estéticos considerados inferiores. Para muchos artistas, era sinónimo de elementos decorativos superficiales y sin contenido profundo.
A pesar de las críticas, el kitsch ha sido adoptado por diseñadores y artistas como una herramienta de crítica social y de exploración estética. Lo que en un principio se consideraba carente de valor cultural, se ha transformado en una forma de arte que juega con el exceso y la ironía. Este enfoque irónico es particularmente evidente en el mundo de la moda, donde el kitsch ha pasado de ser un estilo de mal gusto a una declaración audaz y moderna.
Uno de los máximos exponentes del kitsch en la moda actual es la firma italiana Moschino, bajo la dirección creativa de Adrian Appiolaza. Su enfoque excéntrico y colorido, cargado de referencias pop, ha convertido a la marca en un sinónimo de extravagancia. Scott utiliza el kitsch como una forma de subvertir las expectativas de la alta costura, apostando por prendas gráficas y saturadas de humor e ironía.
Por otro lado, la diseñadora japonesa Tsumori Chisato ha incorporado el kitsch en su universo fantástico, combinando elementos juguetones y coloridos para crear un estilo único. Asimismo, Gucci, desde la llegada de Sabato de Sarno hace un año, ha abrazado una estética kitsch con reminiscencias retro, fusionando el street style con la alta costura en propuestas andróginas y rupturistas.
El kitsch, lejos de ser relegado al mal gusto, ha encontrado su lugar en el arte contemporáneo, desafiando las normas establecidas y demostrando que, en moda, el «más es más» sigue siendo una fórmula ganadora.
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