En un mundo que valora lo inmediato y lo tangible, a menudo olvidamos que los sueños más grandes toman tiempo. A muchos les toma años –o décadas– alcanzar lo que tanto desean. En el camino, el esfuerzo, las caídas y las dudas son constantes. Para quienes observan desde afuera, solo existe el éxito visible, ese que llega con aplausos y reconocimientos. Pero lo que realmente importa es lo que se gana dentro de uno mismo, a través de la perseverancia, la resiliencia y el sacrificio.
Un caso que llamó mi atención es el de Al Horford, un dominicano que hoy es símbolo de orgullo para nuestro país, leer su relato en un periódico, donde expresaba lo que significaba para él regresar por el mismo aeropuerto por donde partió hace 24 años con el sueño de jugar baloncesto en la universidad y llegar a la NBA. Me impactó profundamente que sintiera la necesidad de aclarar que el trofeo que exhibía, con tanta satisfacción, era el verdadero Larry O’Brien, como si hubiera dudas de que pudiera lograrlo. Cabe destacar que este trofeo fue diseñado por la joyería Tiffany & Co. de Estados Unidos, siendo en 1977 cuando creó y diseñó su primer galardón, y desde entonces ha fabricado nueve trofeos para la NBA.
Esto me hizo reflexionar sobre la importancia de los sueños y los desafíos que enfrentamos, a menudo incomprendidos o cuestionados por otros. Hoy, Al regresa convertido en un ícono, pero su verdadero trofeo no es el campeonato que ganó con los Celtics, sino el que lleva en el corazón: la satisfacción de haber logrado lo que un día parecía lejano e improbable.
Horford, al regresar a su tierra, trae mucho más que un título; trae la certeza de que, pese a las dificultades y los escépticos, nunca renunció a su propósito. Ese es el trofeo que nadie puede arrebatarle. Esa perseverancia es lo que, a mi juicio, define el verdadero éxito: seguir fiel a nuestros sueños, aun cuando otros dudan o nos ponen en entredicho.
Y es que la vida nos enseña que los premios más valiosos no siempre son los que otros ven, sino los que construimos en silencio, dentro de nosotros mismos. Elevó mariposas por Al, por su determinación y arrojo, por creer en si mismo y alimentar su fe, entendiendo que el verdadero éxito no radica en el aplauso de los demás, sino en la paz y orgullo que sentimos al mirar atrás y reconocer todo lo que hemos superado.
Así, el verdadero trofeo de la vida no es el que se sostiene en las manos, sino el que se gana por dentro, con cada paso que damos en nuestro camino hacia nuestros sueños.
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