La educación en la República Dominicana se ha convertido en un tema de discusión constante, especialmente a la luz de las afirmaciones del expresidente Leonel Fernández, quien subrayó que el problema educativo va más allá de la mera disponibilidad de recursos económicos; se trata de un asunto de filosofía educativa.
Este enfoque reflexivo es crucial en un momento en que el país ha invertido 2 billones de pesos en el sector educativo en un período de 11 años.
Sin embargo, a pesar de esta inmensa inversión, los resultados han sido decepcionantes, y la República Dominicana sigue figurando en las posiciones más bajas de las evaluaciones de educación a nivel internacional.
Es evidente que se hace necesario llevar a cabo una revisión exhaustiva de la estrategia en materia de planificación educativa. La pregunta que debemos hacernos es: ¿cómo podemos transformar esta abultada inversión en resultados tangibles que eleven la calidad de la educación dominicana? La respuesta podría radicar en un enfoque más centrado en la calidad, en vez de simplemente en la cantidad.
La calidad de la educación no puede ser una mera aspiración; debe ser una realidad palpable. Para ello, es fundamental que se favorezca la descentralización y se adopte una planificación educativa más estratégica. Esto implica no solo destinar recursos, sino también valorarlos de manera equitativa, es decir, distribuir el presupuesto en educación considerando el esfuerzo y los logros de los centros educativos. Aquellos que demuestren un mejor desempeño y aporten resultados significativos deberían recibir una mayor participación en el presupuesto. Esta lógica no solo fomentaría la competencia sana entre instituciones, sino que también incentivaría a los docentes a mejorar su rendimiento y a los estudiantes a alcanzar sus metas académicas.
El Ministerio de Educación tiene la responsabilidad de replantear su enfoque en la distribución de los recursos asignados al 4 % del PIB. La asignación eficiente de estos fondos es clave para medir el avance y la contribución de cada centro educativo de forma objetiva y cuantificable. Es imperativo que se establezcan indicadores claros y métricas de desempeño que permitan evaluar el impacto real de cada institución en la formación de sus estudiantes. Solo así podremos garantizar que la educación pública en el país no solo sea accesible, sino también de calidad.
El desafío es grande, pero no insuperable. La educación es la base del desarrollo de cualquier nación, y su mejora debe ser una prioridad para todos los actores involucrados: desde el gobierno hasta los padres y la sociedad civil. Es momento de dejar de lado las excusas y actuar con determinación. La educación dominicana merece un cambio radical que la saque del sótano y la lleve a ocupar el lugar que le corresponde en el ámbito internacional.
La educación de calidad no es solo un derecho, sino una necesidad urgente que debe ser atendida con la seriedad y el compromiso que merece.
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