En mi prisión domiciliaria por el coronavirus –que quizás me hará saldar algunos pasivos de afectos causados por la rapidez con que vivimos– se reafirma la grandeza del clan familiar, el poder de ese sólido anillo que es lo único leal, al que se integró poco antes de la debacle el último miembro: Kobe, un gracioso perrito maltipoo centro de atención de todos.
La calle en que se ubica nuestra morada pasó, de un momento a otro, de la permanente congestión de tráfico al vacío casi absoluto y de la intensidad sibarita a los faroles apagados, con algún delivery que antes de las ocho de la noche desciende de la moto como un ser de otra galaxia, enguantado y cuasi enmascarado.
No somos los mismos. En pocos días nos hemo transformado. El consumo –gran eje de la economía– declina, los planes de compras y adquisiciones se postergan en una perspectiva incierta, se aplazan los créditos, vendrán los impagos, la insolvencia, los contratos descontinuados y, como secuela inevitable, los despidos abundarán.
Tasa de desocupación elevada, el emprendurismo en un duro invierno, las empresas diezmadas por los costos y la bajada en el flujo de ingresos, mientras las recaudaciones que mantienen la operativa del Estado van en picada y el flujo de dólares limitado por el apagón del turismo -dos veces agarrotado-, dibujan un panorama difícil en términos de paz social y hasta de gobernabilidad.
En el centro de toda decisión estará el recorte de gastos, desde el presupuesto familiar e individual, hasta el de las empresas y las organizaciones. Un par de meses serán suficientes para hacer que indicadores sociales y económicos en los que hemos avanzado, se retrotraigan a una década atrás.
Es momento de sacar de abajo, enfrentar las circunstancias con entereza, valor y determinación. Es hora de reinventarnos. Toda crisis provee ventajas, salidas, creatividad, nuevas formas, esquemas inéditos, instinto de conservación y capacidad de sobrevivencia.
Nos levantaremos, pero necesitamos –como condición esencial– actuar con sentido de nación, dispuestos a negociar, a consensuar y a pactar soluciones. El liderazgo político y empresarial tiene una misión de alta relevancia. El diáologo debe empezar ya. Estamos tarde.
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