La puesta en escena de La Plaza de la Bandera –que mentalidades prematuramente otoñales buscan desmeritar haciendo conexiones fabulescas– debería poner a pensar muy seriamente al poder político sobre tres factores claves: el advenimiento de un nuevo tipo de relación con los votantes, el sostenimiento de su credibilidad en el mundo de la hipertransparencia y la precisión de las políticas públicas como medio de legitimación.
El levantamiento de los millennials y la generación Z –la última con más ímpetu y menos conservadurismo– llega a República Dominicana cuando la movida de ese segmento poblacional lleva tiempo repercutiendo en los espacios de poder a nivel planetario. No es un fenómeno aislado ni una creación genial de criollismo dominicano.
Comienzan a surgir estudios serios, con altos estándares de rigor científico, que buscan comprender cómo asimilan la política y qué concepción tienen del Estado unas generaciones con la tecnología 100% digital integrada a su vida, comunicacionalmente instantáneas y abreviadas, con argumentos fijados en “hashtag” y en piezas audiovisuales de apenas segundos.
Estos ciudadanos criados por la internet, informados bajo un modelo multipantalla, realistas, veloces creadores de contenidos, dioses de los memes, que aprenden por cuenta propia en los tutoriales de youtube, autosuficientes y, en muchos casos, soberbios, requieren en el país un análisis a fondo, porque sin ellos será difícil reinventar el ejercicio político y podrían ser fuentes de importantes obstáculos para la gobernabilidad.
Esta tarea es más atinada que andar “stalkeando” a Paloma Rodríguez y a Yamilé Hazim -destacadas en las protestas de la plaza- para crucificarlas a partir de las preferencias políticas de sus padres y, obviamente, cortarlas moralmente en pedacitos en el foro público, esa reminiscencia del nefasto Trujillo que al parecer se anida todavía en el ADN de algunos. Ellas son expresión de la desconfianza en la cultura política vigente
No andemos por las ramas. Estamos ante un fenómeno de votantes de 18 a 30 años que representan el 29.3% del padrón electoral, nada más y nada menos que 2.2 millones. Apenas un puñado de ellos ha estado en la Plaza de la Bandera, pero su mensaje ha llegado a millones de jóvenes silentes.
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