Es mezquino negar que en el Estado no ha habido esfuerzos para que la función publica se desarrolle en un marco ético, de transparencia, rendición de cuentas y medición de resultados.
También lo sería afirmar que todo es descontrol en las compras y contrataciones públicas y que los funcionarios realizan “vueltas” para engañar a la ley y salirse con las suyas adjudicando procesos a quienes devuelven con pago de sobornos, peajes o coimas.
Desde dentro he vivido –unas veces como servidor, perito y otras como suplidor– la gran tortura y el rigor de los requisitos para alcanzar una meta simple como la sustitución de un empleado o la apertura de una nueva plaza de trabajo.
Se pudiera llegar a pensar que, en ciertas coyunturas, la necedad define al Ministerio de la Administración Pública y que su objetivo es el vencimiento por cansancio para que las cosas no sucedan.
He visto a funcionarios altos y medios con “el agua al cuello” literalmente, trabajando extra y aplicando toda la creatividad posible para que su institución no se queme en el cumplimiento de las metas, sometidas a examen periódicamente en el Palacio Nacional.
Con lo anteriormente expuesto no queremos decir que el Estado sea ahora como un laboratorio donde todo es químicamente puro. La corrupción buscará siempre la forma de colarse por las rendijas, penetrar al centro y violentar las buenas prácticas.
Se trata de la corruptela de unos pocos, que no necesariamente operan como una estructura. Hacen tanto ruido con sus acciones purulentas que, ocupando apenas una uña del armazón estatal, contaminan todo el cuerpo.
Y, obviamente, la peor parte está en la inexistencia de un real régimen de consencuencias, porque se entiende erróneamente que “dejar hacer y dejar pasar” es más conveniente que evidenciar a los corruptos desde el mismo Estado. Tremendo error, porque es el estímulo para que el cáncer del latrocinio se posicione y que el público perciba que al Estado se va a robar, no a servir.
La impunidad se lo lleva todo de encuentro como un río desbordado. No hay forma de comprender el trabajo por la ética y la transparencia en el Estado, ni estar concientes de que existen fuertes controles si el pecado no recibe el debido castigo. Ese es el problema. Eso proyecta una imagen de Cosa Nostra.
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