La política es, sobre todo en tiempos campaña, una oferta desbordada de ilusiones, sueños y aspiraciones que buscan sembrar esperanzas.
Nadie está en disposición de comprar un discurso basado en la cruda realidad, la catástrofe o el pesimismo, aunque se trate de verdades incontrovertibles.
El arte de solapar y mentir es propio de la política, pero no puede considerarse un pecado capital porque incluso los curas y los pastores lo perdonan y hasta lo acuñan.
Los agentes económicos con los más elementales conocimientos saben que República Dominicana no puede pasar de 2020 sin un ajuste fiscal y otras reformas estructurales postergadas.
Aunque existe un desgaste, un agotamiento de un modelo que puede echar al piso el crecimiento económico, postrar los negocios y el empleo, no queremos oír la palabra reforma y menos con el adjetivo fiscal.
Por eso en ningún foro o debate abordamos el tema con los candidatos presidenciales ni tampoco inquirimos sobre la identidad y la competencia del equipo de gobierno que tendrá que asumir los inevitables cambios.
Esto ha de ser un parámetro hasta para el apoyo económico a los proyectos políticos. Que la emoción ni la pasión ciegas nos lleven a sembrar vientos, pues cosecharíamos tempestad.
Lo han dicho los organismos internacionales: la economía dominicana se ha vuelto compleja. No pongamos la responsabilidad de guiarla en manos de cualquier pelafustán. Tengamos cuidado. El ajuste es inevitable. Hay que apostar a quienes puedan gestionarlo bien.
Y no se trata solo de capacidad gerencial. También se requiere credibilidad, ética y transparencia en el manejo de los fondos públicos. El país está dando señales contundentes contra la corrupción administrativa y las malas prácticas al gobernar.
La probidad será cada vez más un factor que los ciudadanos tomarán en cuenta para la aceptación de quienes tienen en sus manos la conducción de la administración pública y quien carezca de ese atributo será demolido, sacrificado moralmente en la Plaza de la Bandera.
Comentarios