El Distrito Nacional es vibrante, hay pocas referencias o ningunas similares en el Caribe y Centroamérica, con su variada oferta de servicios, plazas comerciales, restaurantes, instituciones bancarias, centros de salud, educativos, de diversión, lugares históricos y culturales, desarrollo inmobiliario, hoteles, todo conectado en una superficie de apenas 91.6 km², equivalente al 0.2% del territorio de la República Dominicana.
El alto poder adquisitivo de sus habitantes –con un ingreso percápita de RD$61,755.5, dos veces y medio más alto que en la provincia Santo Domingo, el territorio más cercano– marca el éxito de la venta de bienes y servicios y motiva el surgimiento constante de nuevos comercios, expandiendo el consumo en forma dinámica. Surjen cada vez más oportunidades para el turismo de negocio.
Los próximos pasos hacia una metrópolis icónica en la región se pueden ver limitados por la transformación y el crecimiento desordenados, la laxitud en la aplicación de las normas en aspectos constructivos, uso de suelo, espacios públicos y, la peor parte, el servicio de transporte, generando una movilidad compleja, insegura, indecente, que es la gran antítesis de la evolución urbana.
El cuadro empeora si agregamos la precaria seguridad pública y la pobre iluminación de las vías públicas, congestionadas a toda hora porque los carriles laterales son parqueos todo el día para acceder a los lugares comerciales, gastronómicos y otros. El clientelismo y el populismo impiden el cobro de arbitrios y la aplicación de multas en estos casos.
Ni hablar del chiquero que son los mercados, los de mayor tráfico de personas y flujo de productos demandados por la población, los hoteles y los restaurantes. Los mercados son -en ciudades con un enfoque desarrollista- importantes puntos de atracción para los turistas. Aquí son un espanto.
El gobierno de la ciudad debe tener amplitud de miras en su gestión, tocar los problemas estructurales en alianza público-privada, y no reducirse simplemente a recoger basura mal recogida en algunas áreas, desbaratar aceras funcionales para hacerlas de nuevo, iluminar y limpiar monumentos y dar discursitos emotivos en los mercados, que parecen más de ensayo hacia proselitismos futuros que compromisos genuinos.
Y nosotros los ciudadanos tenemos que medir el éxito del gobierno municipal a partir de transformaciones reales y no de vapores, humos e ilusiones de cosméticas a veces perversas. Decidamos con conciencia en las próximas elecciones.
Comentarios