No hay razones para el espanto de capitales, la corrida cambiaria, la postergación de compras e inversiones, la gestión de créditos, la planeación de las vacaciones ni de cualquier otra actividad económica o productiva, a causa de las expectativas electorales o de las supuesta incertidumbre del entorno político.
Aquí nada extraordinario ni sorpresivo ocurrirá, salvo algunas escaramuzas en uno de los partidos del sistema político dentro del cual dos fuerzas antagónicas se disputan el poder en el contexto de una guerra fratricida que perfila a una misma organización como gobierno y oposición.
La llegada de cualquiera de los cuatro más grandes contendores al Palacio Nacional (Leonel, Luis, Gonzalo, Hipólito) no implica un vuelco, una ruptura ni una subversión del estado de cosas, mucho menos un zarandeo para el establishment o el cambio repentino de las reglas del juego.
Todos son garantes del conservadurismo y ninguno muestra apego a una reforma institucional, económica y política de calado profundo, que destrone la corrupción, el clientelismo, regule de manera efectiva los mercados en beneficio de la sana competencia y convierta a los partidos en aliados del desarrollo, del cambio generacional y de la construcción de nuevos liderazgos.
Irían a la presidencia con una pasivo muy grueso, no representado por la deuda social y la inequidad sino por los generosos donantes de campaña, quienes siempre esperan una devolución portentosa sin importar el desvío que esto causa en la asignación de recursos en función de las más sentidas necesidades del país.
Si percibimos tensión y alta temperatura dentro del PLD, no es que llegó la hora de los hornos de un gran debate. El ardor discursivo, la disputa, el insulto, los ataques despiadados, la campaña sucia y el río desbordado de dinero tienen que ver con unos ejes clientelares en ambos extremos, uno asido a las ubres de la vaca estatal con deseos de continuar y el otro sediento por retornar a lo mismo.
Esto no es un choque de principios, líneas programáticas, ideologías o estilos de gobernar, sino una guerra por manejar la caja de un Estado que, si bien está en quiebra material, todavía es copiosamente ordeñable. Da igual cualquiera de los cuatro. No me inquietan. Triunfará la mejor logística para hacer votar y no las ideas más brillantes de un robusto plan de nación.
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