En 1968, el aficionado navegante inglés Donald Crowhurst, casado y con tres hijos, y quien también había inventado uno que otros dispositivos de navegación, decidió participar en una carrera en velero, alrededor del mundo, organizada por el periódico The Sunday Times.
Aunque el viaje era en solitario, si ganaba, pensó él, esto podría tener un doble efecto: aliviar su situación económica con el premio en efectivo, por un lado, y además, servir de estímulo y orgullo para sus hijos y esposa. Su travesía, sin embargo, todavía hoy, 50 años después, es un misterio que nadie ha podido descifrar con propiedad.
Tal vez por esa misma razón, una película sobre el personaje o sobre su arriesgada aventura marina, concentraba múltiples desafíos, pero innegablemente también, un gran potencial que podía dar lugar a un film conmovedor, interesante e impactante.
Ninguno de esos atributos, no obstante, está presente aquí. El director James Marsh, reconocido principalmente por la sobrevalorada película La teoría del todo (2014), se decidió, tal vez como consecuencia de un exiguo presupuesto, por una puesta en escena pálida y carente de vigor o entusiasmo.
Como resultado, el film y consecuentemente sus personajes, prácticamente a nadie importan. Admito que se advierte cierta química y complicidad entre Donald (Colin Firth) y su esposa (Rachel Weisz), con unas expresiones de amor sutiles y contenidas, pero desafortunadamente, eso es todo.
La verdadera historia de este aventurero repentino se quedó en algún lado, pero no así en las imágenes de The Mercy. Basada en una historia real, pero naturalmente haciendo uso de todo tipo de licencias, el film está impregnado de ese aire ambivalente, sobrio y distante que busca con empeño conectar con la realidad.
El director Marsh se acerca a su personaje presentándolo como un soñador reservado, frío e irresponsable. Sin embargo, Marsh y por supuesto, el guionista Scott Z. Burns fallan notablemente en crear el imprescindible contexto psicológico que defina y sirva de justificación a las desesperadas acciones que toma Donald.
Por cierto, aquí es donde reside, probablemente, el principal problema de la película, debido a que esta orfandad emocional clama por una mayor profundidad y dimensión de los personajes, y al mismo tiempo, esto tiene mucho que ver también con el parco impacto del film.
Dado que la gran parte de la película se desarrolla en alta mar, en un ambiente limitado y con un solo personaje como foco principal de la acción –también se intercalan algunas escenas de la familia que espera ansiosa–; el film precisa de un mejor manejo del tiempo y el espacio.
Además, pese a que la ambientación luce correcta, la historia tampoco tiene la ‘contextualización’ adecuada (background personal o como marinero de Crowhurst, escenas de los demás competidores, etc.), que proporcione a la misma un mayor grado de verosimilitud.
En The Mercy no hay intensidad dramática, no hay suspenso y mucho menos emoción. ¿Cómo puede salir adelante una película con semejante pedigrí? La inaudita y trágica historia de Donald Crowhurst, de la que también se hizo un documental y otra película, merece algo mucho mejor.
Por lo tanto, esta no será la ultima vez que dicho relato sea adaptado a la pantalla grande. Aquí hay aún mucho más por decir.
A propósito, como dato curioso para los dominicanos, y sea esto verdad o no, The Mercy menciona al final a la República Dominicana como el lugar donde apareció el yate de Crowhurst.
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