Los corrillos se inundan de rumores, la copa del morbo se desborda y la curiosidad –que en lugar de matar al gato lo eterniza– se mete en el hipotálamo para formar parte integral de la memoria y las emociones de todos, mientras arden las redes sociales y whatsapp permanece a la expectativa para disparar la lista de los 39 que –presuntamente- han quedado sin visa americana.
Es la hora de la retaliación y la catarsis, momento de provocar, acusar sin hacerlo, difamar e injuriar en forma velada, a través de preguntas retóricas que en realidad son afirmaciones, para colocar en la picota al corrupto predilecto y hacer realidad el sueño de hundir tanto a quienes envidiamos como a los que encarnan el éxito malhabido a golpe de dinero público.
La pérdida de la visa americana por parte de un tutumpote político es la penosa reivindicación colectiva de un pueblo harto de que le roben, le engañen, lo mancillen, le mientan y le conquisten en forma circular en el contexto de un inexplicable masoquismo, que convierte en triunfadores a los perfiles más perversos a través del voto popular.
Celebrar la pérdida de la visa en un segmento abyecto de la política es la evidencia más elocuente de la falta de fe en las instituciones, de la baja credibilidad de los poderes públicos y la convicción de que vivimos en un Estado fallido, donde la justicia funciona sólo para quienes carecen de nombradía, por lo cual necesitamos a un Dios vengador que nos redima.
Como no existe la confirmación oficial cuando una “puerca gorda” pierde su visa americana, se quedan sin fronteras la realidad y la fantasía, el sueño y la vigilia, lo concreto y lo virtual. Entonces cualquier cosa es posible y cualquier versión peregrina cobra carácter de verdad.
Es una suerte de foro público que no sólo hace papilla la moral y el honor, sino que obliga al incómodo silencio o a mostrar el pasaporte en público, viajar o mandar a viajar para demostrar que se cuenta con el certificado de pureza. Qué vergüenza de país.
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