Sonia Mateo se ha convertido es un personaje congresual icónico a partir de las espontáneas payasadas que –reflejo de su ignorancia– nos entrega cada cierto tiempo, incendiando las redes sociales y el boca a boca con acentuado morbo.
Sin dudas, la legisladora tiene bien ganado el bullying por sus fallas estructurales y sistémicas en la comunicación que comprometen tanto la forma como el fondo, pero que en realidad son el reflejo palmario de la baja calidad de la política en este país.
Ella, que lleva dos períodos seguidos, fue elegida por el voto popular para ocupar un asiento en el Senado y antes que esto ocurriera, el partido la escogió como candidata no sin un ejercicio de cálculo de sus “ventajas comparativas” frente a otros contrincantes internos y externos.
Es su organización política –pieza integral de un modelo populista y clientelar– que le abre las puertas para ser designada gobernadora provincial (2006) y escogida alcaldesa de Dajabón (2006-2010).
Aunque nunca le regalaron el Manual de Español Urgente, le han concedido una “carrera política” que seguramente ella reivindica y, de paso, le permiten ser parte de la Comisión Permanente de Cultura del Senado de la República.
Más que hacer de Sonia un escarnio deberíamos estar de pie contra un sistema político degradado al máximo, ejerciendo ciudadanía responsable con el poder del voto y la presión social para adecentar la función pública en general, cada vez más poblada de bandoleros desregulados, pues aquí todo tiene normas menos la política.
Si las fallas de nuestros legisladores solo fuesen ortográficas y de sintaxis, la Academia Dominicana de la Lengua podría resolverlos con un conjunto de talleres intensivos y tendríamos entonces un gran congreso.
El problema es que –reconociendo las muy pocas excepciones- una práctica retorcida de la política descarga su propia miasma en las cámaras legislativas creando una aguda crisis moral y ética que impacta en todo el cuerpo del Estado. Juzguemos a Sonia, pero no perdamos de vista el monstruo que la parió y la amamantó.
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